Tardío, Iván Pinto escribe sobre “El aura”, uno de sus filmes favoritos del 2005 pero que recién comenta iniciando el 2006.
Esta es una película sobre el mirar, sobre ser espectador, sobre lo que significa ser espectador, ser un anónimo, como este personaje que no tiene nombre y como, de un modo anónimo, puede meterse en una historia que no es de él.
Fabian Bielinsky, a propósito de “El aura”
Bielinsky en este, su segundo filme después de aquel artefacto de relojería que fue Nueve reinas, se confirma como uno de los narradores más prolijos de la nueva camada de realizadores argentinos. Y aunque esto se tendió a llamar “Nuevo cine argentino” (hoy en día discutido) se hace difícil colocar al director demasiado cómodamente en tal lugar. En definitiva va a depender qué se entiende por este: si de lo que se habla es de un cine que posee características en común, ya sea por un apego al bajo presupuesto, a la carga social, o la crítica a los modelos fuertes de narración procedentes de la industria oficial, Bielinsky toma distancia proponiendo modelos de producción y creación que se asemejan muchísimo más al canon industrial, con sus referencias al modelo clásico en la construcción de mundos ficcionales que tienden fuertemente a una autonomía. Si se va a abrir la manga y se asume como un momento (que fue o que es) dónde caben diversos lugares, aunque sean completamente opuestos, Bielinsky podría dar algunas claves de salida y apertura a un modelo de producción que pueda conjugar calidad con mercado.
Lo cierto es que, más allá de estas consideraciones algo externas al propio filme, Bielinsky es un conocedor del modelo clásico a la perfección y hace de su revisión una punta da lanza para un tipo de cine que asume el espectáculo para hacer de él especulación , doblez, autorreflexión.. Cómo en muchas de las mejores ficciones contemporáneas, El aura es un filme lleno de estrategias que apuntan, finalmente, a incorporar niveles de lectura dónde cosas opuestas (identificación y distanciamiento) pueden dejar de serlo; en códigos que se encuentran en claves físicas y se sumergen en la acción dramática, en los modelos clásicos, en la narración funcional, en la identificación del espectador, sin por ello renegar de la inteligencia .
La gran clave de Bielinsky (y donde posiblemente acierta) es hacer del simulacro otro simulacro abismal, un sistema cerrado sobre sí que abre puertas a la preguntas más que a las respuestas. En El aura no hay transparencia que valga, sólo guiños al ojo, pequeñas trampas que asumen la ficción como la construcción de frágiles, engañosos, sutiles cristales. En ese sentido, la veta visual que la recorre es aquella que va del policial, a Hitchcock y que podría conectar con el último Cronenberg estilizado.
El personaje central, un taxidermista, es la clave de todo: alguien que desea terminar de una vez por todas con la rutina, pero que ha dejado de lado todos sus sueños, todos los esfuerzos por cambiar algo. El gran horror de tal personaje es la absoluta conciencia de tal aplazamiento vital, de tal espera infinita: “Estoy esperando el momento” nos dice, después de imaginar un atraco donde se nos da a ver su habilidad para urdir desde el detalle. Y el momento llega: una salida a cazar en un escenario boscoso, donde árboles y escenografía se confunden para no dejar ver más allá de su espesor. Un accidente y junto con él, el comienzo de la ficción: lo que impulsa a vivirla, a querer ser otro. Las piezas, situadas, empiezan a jugar sus roles. Aquello que era ya no es. Y ya no hay vuelta atrás. La ficción como un juego “en serio”. Para disfrutar la ficción hay que abandonar la moral. O hay que estar dispuesto a desbordarse.
Aquí Bielinsky da cuenta de algunas resonancias: A pleno sol de Patricia Higsmith y El pasajero de Antonioni. Ambas obras sobre la pérdida de identidad, del nombre, del yo. Y de la máscara. ¿Qué hay al fondo de un personaje como el anónimo taxidermista? ¿cómo podemos saber cuál de todas sus facetas es la verdadera? ¿Qué lo motiva a hacer lo que hace?. Hacia el final de la película, después de su trayecto, el personaje parece no cambiar demasiado. La fábula moral ha pasado a ser una parábola sobre la a-moralidad, el deseo y el poder.
Bielinsky se muestra diestro y suelto en la construcción de este pequeño palacio de cristal que es El aura . A su vez viene a hacer una fuerte defensa al espectador y su derecho a goce. Se trata de una reivindicación de la superficie; del conocimiento que puede llegar a haber en ella, en el destello de un aura que, imprevisible, da cuenta de espacios externos a ella (su límite) pero que apenas podemos intuir.
—
Título: El Aura
Director: Fabián Bielinsky
País: Argentina
Año: 2005
Pinto Veas, I. (2005). El aura , laFuga, 1. [Fecha de consulta: 2024-10-15] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/el-aura/149