Primer plano de Román. Cubre toda la pantalla. Está dentro de una cámara de vidrio y lleva un mecanismo sobre su calva cabeza. Responde a una secuencia que un hombre desde el otro lado de la jaula hace pasar una y otra vez. El reflejo de este hombre sirve de espejo o proyección de la imagen de Roberto Román. La cámara es la ‘jaula’ y el mecanismo la ‘peluca’. El hombre del otro lado es su alumno y seguidor. La secuencia a la que responde es una versión actualizada del RAT (Remote Associates Test). Las imágenes que ve en la secuencia son RATAS, Kafka y Pinochet, con sus anteojos oscuros y de brazos cruzados. Esto lo sabemos luego de un buen rato, luego de toda una explicación científica, luego de tragarnos una majamama de teorías e ideas en torno a la memoria remota, la memoria de trabajo y, por qué no, la memoria obstinada.
El filme, como la memoria, es confuso, enrevesado, elíptico y fragmentado. Dialoga con el espectador, lo interpela con imágenes metonímicas, cuyas relaciones de sentido se resuelven con el paso del tiempo, o no se resuelven, como las relaciones amorosas del relato; como la relación entre Roberto y Silvia. El circuito que recorre Román es el de su propia memoria, es un intento por recuperar el pasado perdido, por no olvidar y recordar permanentemente lo que yace en los rincones de la memoria. Es un ejercicio complejo, como la teoría que plantea.
Un circuito es un recorrido que, por lo general, termina donde comienza. Las imágenes y los decorados de la película se suceden una y otra vez. Los significantes se replican en distintos escenarios y espacios, como la imagen de Kafka, Las meninas, el partido de fútbol o Pinochet, que se trasladan a otros significantes: Pinochet = José Luis; la figura del dictador trasladada a la del torturador de ratas. El juego con la luz es también interesante. Una secuencia que se repite con frecuencia es la de Román frente al ventanal de la casa, con las manos en los bolsillos mirando cómo se descompone la ampolleta. El exceso de luz en la imagen se contrapone a la oscuridad que sugiere la ampolleta descompuesta; en un ejercicio retórico algo pueril, a Román se le apaga la ampolleta.
Ahora recordemos a Román en primer plano, como aparece en gran parte del filme. La imagen de su cabeza se muestra nítida en la pantalla, mientras el fondo se difumina en lo que pareciera ser la confusa materia de sus recuerdos. Rodrigo Román es la sustancia del filme, sin él la imagen sería corrosiva como la profundidad del campo que da forma a los espacios, una profundidad retratada con un lente desenfocado. Román es un personaje a destiempo, su ropa es de otra generación, más ochentera, estancada en el pasado (a diferencia de la decadente juventud de José Luis, sus buzos, jeans y zapatillas), su actitud es la de un anciano silente y su rostro pálido y ojeroso.
El ejercicio de reconstrucción del pasado, por medio del dispositivo fílmico, se vuelve igual de confuso y fragmentado, en una analogía con la mente humana. En un acto sutilmente político, Rodrigo Román se pregunta “¿Cómo accedemos conscientemente a nuestro pasado?”. Una forma es a través de las imágenes; otra, por medio de las herramientas cinematográficas. El aparataje científico y técnico que Román doctor utiliza es una aproximación al lenguaje cinematográfico que propone la película, que si bien falla en lo lingüístico, en la construcción forzada de los diálogos, gana mucho terreno en cuanto a la imagen y el tratamiento de la forma.
Álvarez, P. (2012). El circuito de Román, laFuga, 14. [Fecha de consulta: 2024-12-09] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/el-circuito-de-roman/580