Alejandro Fernández, en su sexta película, parece dar un giro radical en relación a una filmografía que tenía ciertas tramas y tópicos en común: en los modos de insertarse en ciertos entornos particulares, en la exposición de los conflictos de clase, en la observación de la sociedad chilena, en el recorrido de los paisajes esencialmente sureños. Esto era visible en sus anteriores películas: Huacho, Sentados frente al fuego, Matar a un hombre y Aquí no ha pasado. Y aunque con cierta distancia (en una clave evidentemente comercial) incluso observamos algunos de esos rasgos en su película Mi amigo Alexis (2019).
Sin embargo, con El estreno, su último largometraje, se produce un desplazamiento indiscutible con la filmografía recién mencionada, ya que no solo cambia de continente, de idioma, de temática, sino que también el estilo se transforma radicalmente. De una apuesta de tintes más bien realistas, que observábamos en el grueso de la obra –en la elección de los materiales de expresión, en la utilización de actores naturales interactuando con aquellos profesionales, las duraciones y temporalidades–, pasamos en El estreno a una puesta en escena profundamente teatral, en la cual los planos se cierran sobre los cuerpos y sobre los rostros de los personajes, los escenarios dejan los exteriores y se vuelcan hacia los interiores (departamentos, teatros, piezas de hotel), la ciudad aparece nocturna y generalmente escondida tras la neblina, como un escenario tímido y oscuro que el protagonista recorre con una cámara preocupada por él y no por el contexto, ni por las calles ni por los posibles figurantes que puedan aparecer en el plano. Es decir, la película adopta la apuesta dramática contenida en la trama, un estilo apropiado de otras tradiciones, en donde se llena la banda de sonido con resonancias de la música clásica y se filma con elegancia los espacios, baja la tonalidad de la paleta de colores al máximo y deja todo en un tono frío, como el clima invernal que envuelve a los personajes. Una película europea, que no remite a las huellas anteriormente establecidas en esta filmografía.
El estreno, filmada en República Checa (co-producida con Chile y con algunos colaboradores locales como Inti Briones en la fotografía) es una película atemporal. Tanto en términos visuales (el blanco y negro) y de puesta en escena (cierta solemnidad en el plano, en el encuadre, en los movimientos de cámara), pero especialmente en la mirada profundamente masculina de la historia. La película trata de un director de teatro involucrado sexual y amorosamente con la protagonista de su obra. Se trata de una reinterpretación de Fedra (de Eurípides). Como buen filme con un creador en el rol protagónico (acá el cine aparece volcado hacia el mundo teatral) la historia da cuenta sobre todo aquello que puede salir mal en una producción dramática, donde lo más grueso será la presencia del funcionario público que exige modificaciones al contenido de la obra para no ofender a sus amigos poderosos, a cambio de un mayor presupuesto para la producción.
Petr, el dramaturgo, es casado y padre de una guagua de meses de vida, atribulado por una obra que no lo llena plenamente, conflictuado con su propia paternidad, alejado de su mujer y con una vida conyugal aplastada por las labores de la paternidad. En ese contexto adverso, el hogar familiar se deviene como un peso más en la vida del artista. El llanto y las necesidades del hijo de solo meses de vida, el cansancio de la mujer que combina trabajo en casa con la crianza, se tornan insoportables para el director. Entonces aparece Karolina y desde ese momento, la historia se enfoca en el triángulo amoroso, donde lo principal será una aventura sexual con la nueva actriz de reparto, la protagonista de la obra que dirige, una mujer libre que lo seduce desde un principio. Una suerte de vía de escape frente a su propia sensación de hartazgo.
Ingresamos al universo egocéntrico de Petr, lo acompañamos en su descenso, mientras recorre los diversos espacios-escenarios que componen su cotidianeidad. Fernández vuelca su interés hacia el teatro y la película se instala entre los bastidores, se esconde tras el telón. En el metraje se repiten los ensayos y los textos de la obra, se repleta la acción con acontecimientos breves, trascendentales para la pequeñez del hombre al que le suceden, que se sobrevienen perfectamente encuadrados, estilizados, formales. La película se cierra sobre sí misma, mirando hacia un adentro circular inscrito en un blanco y negro de la imagen, de ventanas siempre iluminadas y a contra luz que confunden el día con la noche y aíslan al protagonista en su doble fracaso. En ese historia, la película se divide en episodios, mediante intertítulos que anuncian a cuántos días del estreno nos encontramos en el metraje, donde el apartado “ensayos: cinco días antes de la premier” se aboca exclusivamente en el registro de la relación sexual entre el director y su actriz: cuerpos estilizados, primerísimos planos del desnudo femenino en un cuarto oscuro donde la luz del exterior quema el interior. Antes de eso y mediante una apuesta solemne, vemos al director en la recepción del hotel en donde aloja Karolina, subiendo la escalera circular para llegar a su habitación. La cámara sigue su rostro y su cuerpo atribulado, que contiene el deseo y la culpa, pero también las superficies materiales del espacio recorrido. Posteriormente, cuando la actriz se arrepiente de esta aventura, el director la tildará de histérica y su partida hará que se derrumbe todo lo que el director ha construido.
Esa mirada sobre las relaciones amorosas, sobre el deseo y el ego propiamente masculino, se sienten de otra época, algo innecesarias; un tipo de masculinidad desmarcada de los tiempos que corren. Tampoco ayuda la redención moralista y apresurada que sugiere el final. Parece fácil, tontorrona y, por lo mismo, muy contradictoria en el marco de una filmografía potente y reflexiva.
Urrutia, C. (2020). El estreno, laFuga, 23. [Fecha de consulta: 2024-12-12] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/el-estreno/990