Se nota que El Huésped , el primer largometraje de Coke Hidalgo, es una película hecha a pulso, con gran entusiasmo y convicción. Fue realizada completamente en formato digital y en todos los aspectos refleja una factura más que eficiente. Y es que Hidalgo es admirablemente empeñoso y convencido. Los que lo conocen saben que tiene una vocación autodidacta y que, entre otras cosas, se da el trabajo de estudiar plano a plano las películas gringas (Bien). Su película, El Huésped, se realizó con un presupuesto modesto y, aún con una buena estructura de producción detrás, tomó alrededor de tres años finalizarla.
Sobre las posibilidades y limitaciones del formato digital, soporte en el cual fue hecha, se puede hablar mucho. Sin embargo, me parece más importante intentar un análisis sobre un síntoma que se repite bastante en los intentos locales por hacer cine: la notoria discordancia entre los deseos y los medios.
El Huésped se nos ofrece a todas luces como una película de terror de género. En su argumento, un grupo de estudiantes de medicina en práctica comienzan a ser partícipes y testigos, en el hospital en que trabajan, de una serie de sucesos extraños y muertes que son atribuibles a un ente sobrenatural que habita en un sector abandonado del hospital. Estos sucesos fatídicos son la confirmación de un rumor, un mito que circulaba en la facultad desde hace un tiempo. Este ser, el Huésped , puede no ser sobrenatural, sino que el producto de experimentos científicos secretos efectuados por manos poderosas y oscuras, allí mismo, en el ala abandonada del recinto.
Asumiendo el juego genérico propuesto por la película, y si pudiésemos aventurar una sub-clasificación de la misma, El Huésped está a medio camino entre cinta de terror teenager , de terror científico, y película de monstruos; y en ese aspecto no presenta nada muy valioso como cine hecho desde acá. ¿Por qué? Porque utiliza claves argumentales y estereotipos tomados sin pudor del cine de terror y fantástico anglosajón industrial, pero del cine que pertenece asumidamente a la decadencia del género y al agotamiento de recursos. Repasemos: Un grupo de jóvenes que queda aislado en un lugar sombrío y tétrico, insinuaciones de tipo eróticas y triángulos amorosos en las relaciones entre ellos, un ser monstruoso y oculto que va matando de a poco y de a uno, muertes más o menos aparatosas y salpicadas de sangre, el grupo de jóvenes que ante la situación terminan actuando de manera más o menos inepta, mujeres gritonas, la elaboración de explicaciones científicas poco verosímiles para justificar los hechos fantásticos, al final todos mueren y la pareja más “moral” es la que sobrevive, toda la acción acotada a una sola noche, y etcétera. ¿Les parece conocido todo esto?
El error fatal de El Huésped es que trata de ser película seria haciendo uso de estos elementos que a estas alturas ya no se pueden utilizar sino de manera paródica y desacralizada. Y para eso basta con revisar los sub-productos que algunos norteamericanos y europeos han terminado haciendo con el género en las últimas décadas, acabando algunos en una especie de serie B televisiva . Cuando se trabaja con un material así, sólo queda echarle mano a la ironía. Y la falta de esa virtud es el gran pecado del guión y de la dirección de esta película, el error de su punto de vista. (Como muestra unos botones: Scream de Wes Craven es la parodia adolescente asumida, Shyamalan hace relecturas afrontadas desde nuevas perspectivas, Vampiros de Carpenter, es la ironía autoconciente).
Por otro lado, cuando se asume esta postura pastichera , para otorgarle algún valor agregado al asunto se puede echar mano al manierismo visual (tal como lo hicieron Corman, Fisher o Bava en los años sesenta) e intentar tal vez hacer un ejercicio de estilo, pero haciendo –eso sí- una relectura de los tópicos. Acá en Chile, Jorge Olguín trató (resalto el “trató”) de hacer eso con Sangre Eterna y con Ángel Negro , autodenominada esta última como “la primera película de terror chileno”. Si Olguín bebía notoriamente de Argento, Carpenter, Hitchcock y Corman; Hidalgo parece beber de un agua de menor calidad y un poco más turbia. Si estuviésemos haciendo cine en los países de donde estos directores inspiran sus modelos, lo de Olguín sería tal vez un producto “A” y lo de Hidalgo, el producto “B” .
Pero más allá de la equivocada perspectiva con que director y guionistas afrontaron su material, lo principal es que El Huésped es una película fallida porque fracasa en algo mucho más elemental, que es su evidente pretensión de ser una película de terror, de misterio, de suspenso, de género fantástico; en suma, de ser un producto de entretención. Al respecto la película resulta árida, desabrida, sin ondulaciones, como una planicie desértica. La supuesta progresión dramática no se siente. No hay emoción. Ni siquiera hay susto. Que un personaje femenino, en una situación en que se encuentra sola y asustada en medio de la oscuridad diga y repita para sí misma “¡tengo miedo, tengo miedo!” refleja la poca claridad de conceptos y de visión. Es por eso también que cuando por fin vemos al monstruo en plenitud, no nos pasa nada, nada de nada, porque ese monstruo –y esa aparición- ya lo hemos visto muchas veces: en Alien , en Depredador , en La Cosa , en Tiburón , en algunas Hombre Lobo , en alguna película mala de Uwe Boll o Brian Yuzna , o en un trasnoche de Chilevisión. Incluso, da igual que el monstruo sea hecho enteramente en postproducción digital. Da igual su aspecto: es lo mismo con ropajes distintos. Si sumamos a esto que la fotografía digital no aporta mucho en cuanto textura visual ni en riqueza de matices cromáticos, da la impresión que El Huésped parece una película mejor fabricada para ser destinada a la televisión por cable que a las salas de cine. (Independientemente, claro está, de la trascendencia que tiene para un novel cineasta local instalar su primera película en salas, pero ese es un tema de otro nivel).
El Huésped se creó con las gotas sobrantes, el concho del vaso de todos los que ya bebieron –y se saciaron- de los recursos fílmicos de Carpenter y su Halloween , de Friedkin y su Exorcista , de Polanski y su Engendro del Diablo, de Clayton y sus Inocentes y, mucho antes que todos, de Tourneur y su Mujer Pantera. Por eso, la sensación final es de estar ante una película de juguete, pero un juguete chino, una imitación, de esos que venden por la Estación Central.
El terror muchas veces no está en el Trauco o el Caleuche ; ni en el duende que habita la pieza oscura o en el muerto que pena en la casona abandonada. El terror muchas veces está en la vida real. Hace unos años Coke Hidalgo ganó el Fondart para realizar su primer largometraje de ficción, Los Hijos del Jaguar . Escogió como productor a un profesor suyo y éste lo estafó quedándose con todo el dinero. Hidalgo no pudo realizar su película, el trabajo realizado se fue al tacho de basura, y se vio obligado a responder al Estado de Chile y a demandar al productor, sufriendo un tremendo costo personal y vital. Eso, eso sí que se asemeja un poco al terror.
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A raíz de todo este análisis me planteo ahora una reflexión más amplia: ¿Es posible hacer cine fantástico en Chile sin tener que calcar los modelos de construcción que nos llegan del primer mundo, específicamente de la trastienda del cine industrial? ¿Es posible hacer cine fantástico en Chile sin tener que recurrir a la obstinada y equivocada manía de tener que hacer “realismo mágico” ya que –supuestamente- ese recurso literario (resalto el “literario”) nos es más propio por ser latinoamericanos? ¿Tenemos los chilenos –como nación, como Historia, como mitología- un imaginario lo suficientemente rico que nos permita apelar a un inconsciente colectivo propio; o es que por pertenecer a un continente relativamente joven aún no alcanzamos la madurez ni el pasado necesario para que haya tomado forma? ¿O esta forma ya existe y sólo falta descubrirse? Es más, ¿se puede hablar de “cine de género” respecto al cine que hacemos acá? Recordemos que Chile posee, en sus manifestaciones creativas, especialmente en las narrativas, un fuerte arraigo en el realismo y el costumbrismo, característica que se ha traspasado de manera inherente al cine, ya que éste siempre se ha asumido como manifestación necesariamente narrativa. Al parecer, no hay en Chile una tradición de lo fantástico , lo terrorífico , y cuando elementos fantásticos se insertan dentro de un estilo, ocurre de manera tangencial, como un elemento de extrañeza. También es cierto que el público (hablemos de la masa ), está acostumbrado y no pide (o no necesita) otra cosa. (Es sintomático que las películas más taquilleras del cine chileno sean El Chacotero Sentimental y Sexo con Amor , y que la mejor –según el público- sea Julio comienza en Julio . Otra vez: naturalismo, costumbrismo, clasicismo en las formas y estilos). Tal vez una clave de respuesta la encontremos en el cine críptico de Raúl Ruiz, quien sin proponerse a la fuerza hacer “cine de género fantástico ” termina, de cierta manera, haciéndolo (a propósito de Días de Campo , a propósito de los espejos de múltiples reflejos, la fantasmagoría, el juego con los diversos planos temporales, etc. {1}), y lo hace coqueteando con elementos que un chileno identifica como propios de nuestra idiosincrasia, de nuestra cotidianeidad, asumiendo que su cine no llega al gran público porque no está hecho para las masas.
¿Es posible hacer un cine fantástico propio? ¿Cómo? Dejo planteada la inquietud.
{1} ver artículo de Iván Pinto sobre Días de Campo.
Título: El Huésped
Dirección: Coke Hidalgo
País: Chile
Año: 2005
Maldonado, C. (2005). El huésped , laFuga, 1. [Fecha de consulta: 2024-10-09] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/el-huesped/157