Por todos es sabido que la literatura sobre cine chileno no es abundante y, a veces, imprecisa. En los últimos años un conjunto de textos han venido a poblar este páramo, ofreciendo una guía inexistente para el estudioso de hace dos décadas. Los trabajos contribuyen a un mayor conocimiento del cine producido en nuestro país en diversos ámbitos –el cine mudo, el cine político de los ’60 y ’70, el cine de la transición– en la mayoría de los casos de un modo general. Los objetos de estudio suelen ser períodos históricos o ejes temáticos amplios. Existen textos que contienen análisis sobre obras y realizadores específicos aunque, en varios casos, con un tratamiento más bien panorámico.
Pasión por la narración
Escribir sobre cine chileno es un ejercicio reciente. Grandezas y miserias del cine chileno, de Alberto Santana, es el texto conocido más antiguo de la literatura y data recién de 1957. Su autor no podía prever lo premonitorio del título elegido, no sólo para describir los vaivenes del cine nacional sino también para el futuro de los libros que se le han dedicado. Este ejercicio será más bien escaso y entre 1957 y 1980 apenas una decena de textos sobre la materia será publicada, entre los que destacan las Historias del cine chileno de Mario Godoy (1966) y Carlos Ossa Coo (1971), ambos periodistas. Estas historias inaugurarán lo que será una tendencia clara en la literatura sobre cine: el énfasis en la narración de los acontecimientos del cine nacional. Hablamos de narración y no de historia pues estos libros no poseen un afán disciplinario, un especial manejo de datos ni la presentación de hipótesis –aunque al menos el texto de Ossa contiene interesantes reflexiones más allá del mero relato.
El hecho de que sean periodistas y no historiadores o teóricos del cine indica la escasa profesionalización del campo, característica todavía preeminente y correlativa con la escasa profesionalización del cine mismo. A eso debe añadirse que la literatura general sobre cine no fue introducida en Chile sino hasta esa misma época, mediante la creación de diversos cine-clubes y la labor de los institutos culturales universitarios y bi-nacionales (el único texto conocido a mediados de los ’50 es la Historia del cine de Georges Sadoul). Es interesante notar que mientras el cine del período no se preocupa mayormente de los temas de la historia nacional, sea la primera preocupación de los escritores la historia del cine.
Los primeros textos sobre cine nacional están marcados fuertemente por dos momentos histórico-políticos. En primer lugar, el nudo que constituirán el movimiento del Nuevo Cine chileno y latinoamericano, los festivales de Viña del Mar y el desarrollo del documental universitario; elementos todos que indagan por primera vez la tarea expresiva del cine volcada a la identidad nacional y los proyectos políticos de transformación social. De esta época son las cintas cruciales El chacal de Nahueltoro (1969) de Littin, Valparaíso mi amor (1969) de Aldo Francia y Largo viaje (1967) de Patricio Kaulen. En este contexto, obras como las de Ossa o el famoso Re-visión del cine chileno (1979) de Alicia Vega aparecen como intentos no sólo de relatar el acontecer del cine chileno sino también como intentos por tender líneas interpretativas sobre la inscripción del cine en el desarrollo de la industria nacional o el campo de la estética. Junto a esto, surge un interés genuino por conocer el “hacer” del cine mismo, lo cual es manifiesto, por un lado, en el método de interpretación de Vega y, por otro, en el hecho de que durante estos años se publican los guiones y métodos de trabajo de filmes emblemáticos como El chacal de Nahueltoro (en 1970) y La batalla de Chile de Patricio Guzmán (editado en Madrid en 1977).
El segundo momento será el del golpe de Estado de 1973, que aborta tanto la producción cinematográfica nacional como la producción literaria referida al cine. Durante la dictadura se publicarán sólo tres libros: el ya mentado texto de Vega, el libro de David Valjalo y Zuzana Pick referido al cine del exilio (1984) y el primer libro de Jacqueline Mouesca, Plano sencuencia de la memoria de Chile (1988), estos últimos editados en Estados Unidos y España, respectivamente. La temática del exilio y la relación entre el cine nacional y su contexto político serán las notas dominantes de estos textos.
Mientras los libros se avoquen a la narración del cine, serán las revistas especializadas las que asumirán la tarea de la interpretación y el juicio crítico. Entre 1915 y los años ’50, las revistas de cine tienen por propósito principal la difusión comercial, tanto las que son editadas por los propios teatros o por organizaciones gremiales como la Unión de Cinematógrafos (que edita Chile cinematográfico entre 1915 y 1916), como las que se dedican a la difusión de la incipiente cultura del espectáculo y el “star system” asociada al cine, como Crítica (1929-1930), Don Severo (1933-1935) y, por supuesto, Ecrán, publicada por Zig-Zag entre 1930 y 1969.
Nuevamente, será con los cine-clubes que se incorporará un tipo de revista especializada, que entiende la espectación como contemplación e introduce los primeros rudimentos teóricos sobre cine y la política de autor como modo de interpretación del filme: Séptimo arte publicada por el cine-club de la FECH (1954-1956, que traduce algunas notas sobre el montaje de Pudovkin) y Cine foro, editada por el cine-club de Viña del Mar, dirigido por Aldo Francia, entre 1964-1966. El crisol de este movimiento será la publicación de Primer plano (1971-1972), editada por la Universidad Católica de Valparaíso y que, con tan sólo cuatro números, aglutinó a un grupo de críticos y teóricos que abandonaron el modelo de crítica impresionista imperante, cuestionaron el “cine comercial” y pusieron su atención en problemas hasta entonces marginales como el documental, los festivales, etc. Críticos como Sergio Salinas, José Román y Orlando W. Muñoz inauguraron la modalidad de las entrevistas grupales a cineastas y persiguieron con ahínco conocer el “hacer” del cine.
Tras el golpe de 1973 también estos esfuerzos serán interrumpidos. Algunos artículos y textos breves –entre los que destacan los de Zuzana Pick referidos al cine del exilio– serán publicados en el extranjero, en revistas como Tiempo de cine, Araucaria, Cuadernos hispanoamericanos o en libros recopilatorios como Hojas de cine (1988). Habrá que esperar hasta la segunda mitad de los ’80 para volver a leer una revista especializada: Enfoque (1983-1991), editada por el Instituto Chileno-Canadiense y que reúne a críticos como José Román y Héctor Soto con una nueva camada: René Naranjo y Alberto Fuguet, entre otros.
Un “boom” a la chilena
Sólo entre 1990 y 1999 se publicó la misma cantidad de libros sobre cine chileno que en todas las décadas precedentes, duplicando el acervo en la materia y dando la apariencia de que, por primera vez, se estaba construyendo un campo de estudio y crítica. La literatura preservó el énfasis en el relato de la historia reciente del cine y la predilección temática por los vínculos entre cine y política: se publica Nuevo cine latinoamericano en Viña del Mar (1990) de Aldo Francia y Cine chileno: veinte años de Jacqueline Mouesca (1992), pero también el trabajo de Eliana Jara sobre el cine mudo (1994) y el texto de Ascanio Cavallo, Pablo Douzet y Cecilia Rodríguez Huérfanos y perdidos (1999), el primero que trata el cine chileno hecho durante la transición política a la democracia.
A este conjunto de textos se suman otros que intentan, por primera vez, sistematizar datos y filmografías del cine chileno, no siempre con precisión o resultados rigurosos: el libro Películas chilenas de Julio López Navarro (1994), el catálogo Filmografía del cine chileno 1910-1997 de Darío Burotto y Ernesto Muñoz (1998), Diccionario del cine chileno publicado por Luis Hernández López en 1997. En Argentina se publica Diccionario de realizadores (1997) de Clara Kriger y Alejandra Portela, que incluye algunas entradas sobre realizadores chilenos; y Mouesca publica Cine y memoria del siglo XX (1998), una línea de tiempo que registra acontecimientos cinematográficos e históricos paralelos, en Chile y el resto del mundo. La misma Mouesca publica en 1997 El cine en Chile: crónica en tres tiempos, el único libro que trata el desarrollo e historia de la crítica cinematográfica nacional, desde Ecrán hasta Primer Plano.
Esta explosión literaria, sin embargo, no implica para nada la constitución de un campo de estudios. La tendencia natural de los textos hacia el relato se verá enriquecida por temas nuevos –el cine mudo, el cine de la transición– pero no alterará su derrotero de manera importante. Por otro lado, el conjunto de diccionarios y manuales se escriben en un contexto de ausencia casi total de datos sistematizados sobre diversos aspectos relacionados con el cine chileno. En efecto, las políticas institucionales de los gobiernos de la década fomentan principalmente la producción cinematográfica, pero no su estudio metódico. No existe tampoco una cineteca ni un fondo documental, así como tampoco estadísticas comerciales (la Cámara de Comercio Cinematográfico empieza a recopilarlos solamente a partir de 1997). Todo esto obliga a una mayor pericia por parte de los estudiosos y resulta varias veces en textos dispares, con imprecisiones y necesariamente incompletos. Del mismo modo, la proliferación de escuelas de cine no se corresponde con la formalización del campo teórico, que sigue en manos, por una parte, de investigadores autodidactas y académicos de disciplinas ajenas al cine mismo y, por otra, de la crítica de prensa que se ve reducida al comentario y la reseña, al tiempo que la única revista especializada del período, Cinegrama, no recoge la herencia de las publicaciones de los años ’60 y reproduce más bien el patrón de Ecrán: el espectáculo hollywoodense y las vicisitudes “paracinematográficas” de sus estrellas.
Los vacíos temáticos y el conjunto de datos aún no recogidos –el desarrollo de una industria nacional, el estado de los cines regionales, las cuestiones estéticas relativas al cine, etc.– sólo serán tratados en tesis universitarias de escasa divulgación y, de forma más minuciosa, recién en la década siguiente. El cambio de la institucionalidad cultural, que crea el ministerio respectivo y abre líneas de investigación teórica y publicaciones en los fondos públicos concursables. De esta forma, el Consejo de la Cultura edita los libros Industrias culturales (2005) y La cultura durante el período de la transición a la democracia 1990-2005 (2006), que incluyen ambos capítulos sobre el desarrollo de la industria audiovisual (no obstante no tratan específicamente el cine).
¿Estamos en presencia de un campo? En términos cuantitativos, parece que sí. La década 2000-2007 volvió a duplicar la producción de literatura sobre cine, publicando la misma cantidad de ejemplares que entre los años 1957-1999 en su conjunto. La tendencia sigue siendo la historia, pero se produce una apertura temática: historias generales (Cien años de cine chileno de Remberto Latorre, 2002), cine de la transición (Luz, cámara, transición de Antonella Estévez, 2005), Nuevo cine (Las fuentes del Nuevo cine latinoamericano de Marcia Orell, 2006), además de un fuerte impulso al estudio del género documental, sobre todo a partir de los trabajos de Mouesca (El documental chileno, 2005) y Alicia Vega (Itinerario del cine documental chileno, 2006). Éste último es un acabado catálogo que complementa el conjunto de textos propedéuticos junto al libro de entrevistas editado por UNIACC en 2006, el libro de Eduardo Sabrovsky Conversaciones con Raúl Ruiz (2005) y el diccionario de cine Érase una vez el cine (2001) de Jacqueline Mouesca, que si bien trata de cine en general, tiene entradas abundantes sobre cine chileno.
El documental ha sido recogido además a partir de investigaciones académicas, ausentes en las décadas precedentes salvo por el caso de Re-visión del cine chileno (1979) de Vega. El más destacado de estos títulos, a la fecha, es el de Pablo Corro et al., Teorías del documental chileno publicado en 2007. A él pueden agregarse las monografías del uruguayo Jorge Ruffinelli sobre el documentalista Patricio Guzmán (2001) y el dossier sobre documentales de los años ’60 que preparó recientemente para el Festival de Cine Documental de Valparaíso (2007). Otros estudios académicos han vuelto a tratar cuestiones como la relación cine-identidad (Mónica Villarroel, 2005), la representación de la cultura popular (Claudio Salinas y Hans Stange, 2006) y el cine del realizador Cristián Sánchez (Ruffinelli, 2007).
En términos cualitativos, sin embargo, asombra que un catálogo tan amplio sea tan poco diverso. Ni se desarrollan estudios específicos sobre problemas estéticos o fílmicos ni se abordan seriamente cuestiones tangenciales desde disciplinas como la psicología, sociología, economía, etc.; en efecto, no tenemos en Chile trabajos sobre psicología del cine u otros similares. El campo de la crítica no ha sido más afortunado: los espacios de crítica de cine en la prensa diaria están cada vez más precarizados y, salvo esfuerzos como las revistas académicas Revista de cine (U. de Chile, 2001-2007) y Revista+cine (U. de Valparaíso, 2005-2007) o revistas electrónicas como Mabuse o La Fuga, los espacios de reflexión y crítica están día a día más menguados. Acaso el único trabajo de sistematización de crítica de prensa sea la reciente compilación de los artículos del crítico Héctor Soto Una vida crítica (2008).
Tareas pendientes
La carencia de archivos y fondos de documentación, la carencia de catálogos y copias de las películas, la destrucción de parte del patrimonio fílmico, dificultan aún más la labor de investigación. El resultado de estas dificultades es una frecuente imprecisión y ambigüedad en los textos, una disparidad de criterios, particularmente sensibles en lo que respecta a la información sobre las fuentes teóricas del cine chileno, la formación profesional de los cineastas y sus vínculos con otras cinematografías; los datos sobre su producción y su estatuto institucional.
El elemento principal que constituye un campo, a saber, el debate, está ausente en la literatura sobre cine chileno. Los estudios no dialogan entre sí, como tampoco se transfiere información de manera pública. La recién creada Cineteca Nacional no tiene todavía un fondo de documentación importante y muchos de los títulos aquí reseñados son difíciles de conseguir o no han sido nunca reeditados. Muchas veces las metodologías de los trabajos son poco claras o ni siquiera son expuestas y, por tanto, la valoración y rigurosidad de sus resultados son difíciles de evaluar.
Lo más importante: ¿a quién le importa esto? Acabada la recolección de los datos y asentada cierta interpretación sobre la historia del cine chileno (o al menos sobre sus géneros y periodos más relevantes), faltará aún la tarea más relevante de un campo crítico: el juicio y la interpelación al cine chileno mismo. ¿Qué dicen los estudiosos sobre el estado de las salas y el mercado cinematográfico? ¿Qué dicen sobre la estética y calidad de las películas chilenas? ¿Qué dicen respecto a la institucionalidad, la política, los temas del cine? ¿Qué dicen sobre cuál debiera ser su propio papel?
Abril 2008.
La literatura sobre cine chileno
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