La trayectoria de François Ozon ha sido tan productiva como variada. Desde el inicio de su carrera se delineó todo un tratamiento estilístico visualmente austero, pero que a la vez era elaborado y con cierta inclinación kitsch, sobretodo en Gotas de agua sobre piedras calientes (2000) o en 8 mujeres (2002). Respecto a lo narrativo se mostró como un guionista atrevido, que pasaba sin tapujos de un humor negro a un dramatismo a veces sutil, a veces exacerbado dependiendo de la situación. Lo sorprendente es que Ozon se ha manejado con gran talento en todas estas vertientes estilísticas y le ha dado al blanco con la manera en que conjuga los géneros, la forma en que las historias en un momento están trazadas invisiblemente como en la tradición francesa de Bresson, de Rhomer y Chabrol y de un segundo a otro pasan a un recargo de emoción, invadida por la comedia o por el melodrama de los géneros clásicos, en un ánimo retro y revisionista. Sin embargo asusta la intensidad que puede lograr cuando se lo propone: en 5x2 (2004) desplegó todos los recursos en pos de un duro retrato en tiempo invertido de cómo una pareja se desmorona. En definitiva, Ozon busca provocar ya sea haciendo cosquillas en el estomago, erotizando o directamente bofeteando al espectador con el dolor de sus protagonistas.
El caso de Tiempo para vivir es distinto; las maquinaciones del relato son cada vez más transparentes, dando espacio para una narración clásica y sin otra pretensión que construir la historia lineal de un personaje que sabe que va a morir de cáncer. Así, partiendo de una premisa sencilla como ya lo ha hecho antes, Ozon va a abarcar el tiempo entre la noticia de la muerte hasta que se hace efectiva, trabajando con gran talento el impacto que causa dicha noticia en Romain, un joven fotógrafo de alta costura que hasta el momento llevaba una exitosa carrera. El conocimiento de su muerte remece con fuerza la estabilidad que llevaba con su pareja y en su trabajo. Obligado a decidir entre la quimioterapia o morir, Romain escoge esto último y se toma los meses que le quedan para cerrar su existencia.
El tratamiento tenue y cercano que Ozon hace al personaje le otorga al film una atmósfera cálida, permitiendo a la vez irse involucrando con Romain e ir compartiendo su angustia, aún cuando se trate de un personaje sumamente huraño como lo fue en su momento Sarah Morton en “Swimming Pool” (2003). La empatía que puede llegar a generarse con los personajes de Ozon surge de la propia empatía del director con estos seres melancólicos, envueltos en un contexto que los desencaja, ya sea un contexto ridículo y sobrecargado, o bastante cruel, o con un destino que deja al descubierto la arbitrariedad de la desgracia, la gratuidad de la muerte. Esa es quizás la razón de la solemnidad que adopta Ozon en “Tiempo para vivir”, un respeto que probablemente surge en la empatía con Romain como si el ejercicio de escritura fuese el haberse planteado él mismo una muerte ineludible, ya que las semejanzas con el personaje de Romain no pueden ser sólo coincidencias: joven, gay, exitoso en su carrera, ligado al trabajo con la imagen.
Sin embargo es difícil imaginarse que quedan unos pocos meses de vida y que no hay otra que asumir la muerte, así de simple. Evidentemente todas las prioridades de Romain darán un giro radical, se atreverá a decir y a hacer cosas que probablemente antes no hubiese hecho, y en ese arrebato casi inconsciente de no saber que hacer irá dejando marcas en su entorno directo, marcas en su novio con el cual termina la relación y marcas en su familia. La escena en que discute con su hermana en la casa de los padres, es una delicada manera que tiene Ozon para dibujar los conflictos que se tejen entre los personajes, amenizado el ambiente burgués por copas de vino y por la intimidad hogareña. Los diálogos permiten entrever las heridas que están por debajo de lo visible, en un develamiento progresivo del conflicto que resulta tan sordo y estremecedor que genera angustia, al igual que aquella cena entre amigos en “5x2”, en donde también florecen relatos pasados que evidencian la tensión entre los personajes. Pero el marco familiar de Romain se completa con su abuela que vive fuera de la ciudad, a la única que le confiesa su enfermedad terminal y la única que parece comprenderlo y quererlo sin juzgarlo. En la ciudad, en cambio, Romain miente, se escabulle de la gente, de su trabajo, de las preguntas de su novio o de los llamados telefónicos de su familia, se escapa de cualquier contacto que lo comprometa a repensar la decisión que tomó respecto a descartar la quimioterapia y literalmente dejarse morir.
En su viaje hacia la muerte Romain encuentra una mujer que incluirá una nueva arista en las problemáticas que Ozon se preocupa por abordar: el tema de la paternidad, de la herencia o del hijo como la huella de tu paso por el mundo. Un hijo que cuidarán otros y que será en definitiva hijo de otros, pero que Romain sin pensarlo mucho accede a concebir.
“Tiempo de vivir” puede simbolizar metafóricamente la circularidad de la vida y la muerte, con la historia de Romain y esta pareja infértil, sin embargo lo que finalmente queda después de ver la cinta es un sentimiento de intrascendentalidad tan desgarrador que pensar en la existencia como tal resulta dificultoso.
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Doveris, R. (2005). Le Temps Qui Reste , laFuga, 1. [Fecha de consulta: 2024-12-12] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/le-temps-qui-reste/129