Maite Alberdi es una cineasta del presente. Sus películas hacen carne de las posibilidades que el presente ofrece, tanto en su maleabilidad como en sus aprovechamientos narrativos. Si bien sabemos que el presente es una ficción inalcanzable, el montaje se encarga de reconstruirlo a modo de metáfora. Se trata de un momento que se estira hacia el infinito, que a ratos toma la forma de una prisión, una continuidad sin puertas ni ventanas. Este rasgo fundamental, sumado a otros componentes que me interesa destacar, dan cuenta de una realizadora que ha construido su carrera sobre cimientos sólidos, y que en su más reciente entrega, Los Niños, viene a cristalizar un método singular en dentro de la filmografía nacional.
Los Niños cuenta la historia de un grupo de personas con Síndrome de Down, las que asisten a la misma escuela de hace cuatro décadas. Realizando las mismas acciones año a año, los protagonistas parecen en una eterna quietud, y pese a sus dificultades, tienen sueños y aspiraciones que la sociedad no está preparada para cumplir. La paradoja que propone el título -adultos que actúan, o son tratados como niños- resume la clave dramática del documental. Los vemos en sus tareas cotidianas, siempre chocando con obstáculos que les impiden salir de un círculo que, para ellos, parece cerrado. La sustentabilidad, la independencia, el amor y el deseo son los ejes fundamentales por los cuales gira la acción, todos vistos bajo el prisma de las dificultades específicas que revisten para los personajes. Anita, Andrés, Ricardo y Rita declaran desde el comienzo sus voluntades y el metraje se encarga de ir torpedeándolas, mientras somos testigos de, por un lado, las barreras del entorno, y por otro, las limitaciones propias, las que a ratos parecen, objetivamente infranqueables.
En este sentido, el taller de gastronomía al que asisten los protagonistas, a pesar de brindarles una actividad recreativa, funciona como una suerte de gigantesca roca, que a modo de Sísifo, los personajes se ven obligados a empujar constantemente. Las virtudes visuales de este espacio, que obtienen rendimientos estéticos en el manejo del plano detalle, remarcan el peso terrible del presente eternizado al que hacía alusión, se trata de una dimensión temporal coactiva. Sin explicitarlo, somos capaces de percibir que el rodaje tomó un tiempo considerable en su realización. Este seguimiento, característico en el método de trabajo de la autora, vuelve más interesante el juego que propone narrativamente con el presente, como plano del que se hace imposible escapar.
Maite Alberdi es también, una cineasta de las rutinas. Ya lo vimos en El Salvavidas y La Once, donde la carga emocional de los documentales residía en el respeto o rechazo a determinadas rutinas que daban sentido a la vida de los personajes. Esto ocurre también en Los Niños, donde el acento está puesto en la imposición de una serie de conductas constantes, y como evitarlas parece trágicamente difícil. La preparación de golosinas, las charlas de orientación, los sermones, son todas actividades que vuelven constantemente como un yugo inexpugnable. Los personajes añoran una “vida normal”, poder vivir solos, pagar sus cuentas, trabajar. Es decir, buscan reemplazar rutinas impuestas por otras definidas de manera autónoma. Aquí la película toma postura sobre una de las ambigüedades más antiguas, pero a la vez interesantes, de la narración documental. ¿Cuánto hay de ficción en todo el armado y dibujo de los personajes? ¿son tales sus obsesiones de “normalidad”? La película se salta esta duda, de suyo anacrónica, y se sitúa en un terreno más propositivo: esbozar la humanidad detrás de un grupo de personas que están viviendo más de lo que la sociedad estaba acostumbrada y por tanto arrastran nuevos desafíos. La pregunta por qué hacer y cómo lidiar con ellos ahora, se vuelve mucho más relevante. Y si consideramos la colaboración y vínculo que tuvo la película en la promulgación de la Ley de Inclusión Laboral 1La Ley 21.015, conocida como Ley de Inclusión Laboral, exige a las empresas e instituciones públicas que cuentan con más de 100 empleados, destinar el 1% de los puestos de trabajo para personas con discapacidad. En el marco de la implementación de esta ley, fue importante el trabajo que desarrolló Alberdi junto a diversas organizaciones sociales, las que generaron visibilidad sobre las injusticias laborales a las que eran sometidas personas con discapacidad intelectual, a las que legalmente se les pagaban sueldos simbólicos por su trabajo, lo que está reflejado en la película mediante el personaje de Ricardo, las dudas por el grado de “realidad” que conlleva el registro quedan del todo despejadas.
Finalmente, un tercer elemento a destacar, que toma forma y da cuenta del recorrido audiovisual de Alberdi, tiene que ver con el fuera de campo. Uno de los recursos mejor explotados por la realizadora, en cuanto que le permiten focalizar casi al extremo la porción del mundo que retrata en cada proyecto. Aquí, la paradoja que anunciábamos al inicio, relativa a cómo la sociedad ve y se relaciona con estos adultos-niños, gana fuerza en el esfuerzo por mantener fuera de cuadro a “los normales”. Incluso con un sonido desmejorado, a ratos casi ni podemos percibir lo que “los otros” están diciendo. Familiares, vendedores, profesores, todos componen elementos de tensión para con los personajes en cuadro, lo que también podemos entender como la distancia gráfica que existe entre el mundo cerrado de los protagonistas, y esa alteridad a la que desean acceder. En este sentido, los márgenes del cuadro refuerzan la dificultad de convivencia, la que termina por dotar de consistencia visual al relato.
El tiempo como tragedia, el documental de Maite Alberdi es provocador no solo porque se adentra en una comunidad sobre la que existen tantos prejuicios como ignorancias, intentando develar un fragmento de su realidad como sujetos pensantes, deseantes y dolientes. Es provocador en la medida que instala interrogantes complejísimas de responder, tanto en relación con los personajes y su cotidianidad, como también en la medida que interpela al espectador a observar un proceso que tal vez no esté listo para enfrentar, lo que en ningún caso quiere decir que no valga la pena retratarlo.
Parra Z., J. (2018). Los niños, laFuga, 21. [Fecha de consulta: 2024-12-13] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/los-ninos/882