Mirageman

Pantuflas de gamuza azul

Por Juan E. Murillo

 
 

Entre nosotros había complicaciones para decidir quien hablaría de Mirageman. Los que la vieron ya en Valdivia habían hablado demasiado bien de ella, y se consideraban, como debieron haberse declarado algunos energúmenos del TC, “inhabilitados”. ¿Quién querría hacerse cargo de un fenómeno como Mirageman, teniendo claro lo improbable de que dicha cinta permitiera algún diálogo con la crítica, dada su estrategia comunicacional preventiva del tipo “todo lo que digan de nosotros, incluso lo malo, nos sirve”? Finalmente fui yo, y es que, pese a los riesgos involucrados, las otras dos opciones de cine chileno en cartelera eran Mansacue y Lokas.

Finjamos por un momento que yo pertenezco al engranaje de marketing de Mirageman, camuflado como un medio crítico. Me reclutaron en facebook, y debo sonar como los intermedios de “no molestar”. Una instrucción simple. Uf, pero a los pocos ensayos de tirar palos, empiezo a convencerme de lo que digo. Y es que, claro, me percato de que la película es tan transparente que no permite dobles juegos, ironías codificadas, o psicologías inversas. Finalmente, mi aporte no deja muy contentos a sus gurús comunicacionales: Mirageman es una película divertida, siempre y cuando nadie hable, nadie sienta, nadie haga sociología, ni ironías, ni psicología, ni crítica, etc. Ósea, todo lo que mucha gente le pide a la crítica de cine: Seamos divertidos; hablemos de Mirageman como Mirageman. Esta exigencia tautológica es la misma con la que Barthes ridiculizaba a la “vieja” crítica literaria francesa. Pero claro, a estas alturas dicha referencia ya me tiene fuera del selecto movimiento azul.

Y es que, en cierta medida, Mirageman obedece a una especie de “Movimiento de Victimas de la Delincuencia” hecha película. Como si Mirageman fuera la mascota, o el alter-ego de Gonzalo Fuenzalida. La propaganda perfecta para recaudar fondos y atraer adeptos, siempre y cuando se evite hablar del verdadero problema social, del cual sus síntomas visibles son el flaite, el reincidente, el lancero. ¿ Y cómo hace la película para evitar meterse en ese indeseable lugar que exige un punto de vista? No solamente declarándose como una película estrictamente de género, lo que la inmunizaría automáticamente de ciertas preguntas incómodas. Porque si fuera solo eso, yo también estaría ensayando pasos taichi como Ariel Mateluna. Lo grave, en mi opinión, es que su director evita incriminarse, cediendo la palabra al “chileno común”, aquel que encuestan en la esquina de Lyon con Providencia. Más bien, hace como si esa fuera la opinión del chileno corriente. Entonces, claro, la película respira aliviada: no lo decimos nosotros, lo dice la gente; El gobierno tiene la culpa, el crimen está cada vez peor, no se puede vivir así, etc. Y cuando no lo dice la gente, lo dice un supuesto canal televisivo. O un supuesto periódico. Pero ya no es el diario común y corriente (mercurio) ni el canal que normalmente vemos ensalzar la inseguridad como moneda política de cambio (el 9, o “Policías en acción” del 11). Son “pseudo-medios”.

Tampoco pude evitar observar que casi toda la película ocurre doblemente frente a cámara; la Swett está todo el tiempo frente a la cámara del canal o registrada por las intrusas cámaras del reality con el cual planean revelar la identidad de Mirageman. Y el resto, casi siempre está “puesto” para la cámara; disfraz y accesorios, músculos, gestos que sin la cámara no tendrían sentido: zoom in setenteros, poses, titulares de diarios, y las mencionadas entrevistas. Quizás por eso (más allá de las inverosímiles actuaciones o del guión playstation en primera persona) aquellas pocas escenas que supuestamente escapan a la exposición nos parecen falsas; ya no creemos que no hay una cámara entrometiéndose, aunque la haya.

No me tomen a mal; me reí mucho con pseudo-robin (un alivio frente al resto de actores de “verdad”), me quejé instintivamente con las patadas que recibían los malos, encontré cool la gráfica y los dibujos del “tormento interior”. Las escenas de acción tienen su punto cúlmine, creo, en la secuencia final, cuando Mirageman se arroja hacia delante solo con sus puños, mientras esquiva destellos de balazos frontales. Pero repito: no es posible hablar de Mirageman sólo como Mirageman, si la propia película habla de otras cosas, aunque pretenda hacerlo involuntariamente, como si esas cosas no estuvieran allí, o como si las dijeran otros.

 

 
Como citar:
E., J. (2008). Mirageman , laFuga, 7. [Fecha de consulta: 2024-12-13] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/mirageman/115