Mis hermanos sueñan despiertos

Por Carolina Urrutia N.

Biografía +

Carolina Urrutia Neno es académica e investigadora. Profesor asistente de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad Católica de Chile. Doctora en Filosofía, mención en Estética y Magíster en Teoría e Historia del Arte, de la Universidad de Chile. Es directora de la revista de cine en línea laFuga.cl, autora del libro Un Cine Centrífugo: Ficciones Chilenas 2005 y 2010, y directora de la plataforma web de investigación Ficción y Política en el Cine Chileno (campocontracampo.cl). Ha sido profesora de cursos de historia y teoría del cine en la Universidad de Chile y la Universidad Adolfo Ibáñez y autora de numerosos artículos en libros y revistas.


 
 

El tópico de la infancia y de la adolescencia sobrevuela el cine latinoamericano del presente milenio, en especial aquel que gira en torno a niños, niñas y jóvenes marcados por una ausencia de poder económico. Este relato de una carencia  aparece en muchas (lamentablemente demasiadas) películas contemporáneas de nuestra región. Algunas de ellas son Noche de fuego (México, Tatiana Huezo), Cómprame un revolver (México, Julio Hernández);  La botera (Argentina, Sabrina Blanco), Los lobos (México, Samuel Kishi, México); la recientemente estrenada Eami (Paraguay, Paz Encina, 2022); dando cuenta de una región cuya historia y  presente cargado de violencias otorgan una materia prima sobre la cual el cine da cuenta de modo recurrente y en donde los niños consolidan una “potencia simbólica en esas figuras infantiles que exacerban las carencias y pesares de grupos humanos sufriendo desigualdad y abandono” (p87), tal como observa Catalina Donoso en su estudio sobre el tema 1No somos niños. Representaciones y problemáticas de la infancia, Ediciones Alberto Hurtado, 2020.

Mis hermanos sueñan despiertos ingresa en esta categoría de películas que narran la violencia de la infancia y hacia la infancia –precarizadas y sobretodo, sometidas a una violencia del sistema al que están expuestos, que son recurrentes y permanentes–. Claudia Huaiquimilla, tal como hizo hace unos años con su primer largometraje Mala Junta, revela un compromiso por mostrar y por dar a ver una realidad de la cual todos sabemos pero pocos conocemos realmente: un cine – testimonio, un cine que construye una memoria del presente que (al menos en la ficción) pareciese nunca ser tan compleja como la realidad que aborda.

En ambas películas la cineasta toma la opción de “empaparse” de la realidad circundante mediante una impronta de denuncia, dando cuenta de un compromiso profundo con los niños y los jóvenes. En Mala junta abordaba temáticas que orbitaban el orden de lo ambiental, el pueblo mapuche y su permanente represión, el SENAME. En el caso de su segunda película se inspira en un caso real (un incendio en un hogar del SENAME) y este gesto admite que los espectadores nacionales podamos evidentemente reconocer el acontecimiento en el cual se basa, pero también juzgar la película desde diversos lugares, en tanto nos interpela, tensiona, cuestiona.

Mis hermanos sueñan despiertos avanza en torno a una dicotomía: el adentro y el afuera. El adentro es una cárcel, con pasillos, sectores comunes, habitaciones con camarotes y barrotes en las ventanas. patios para hacer deporte. El afuera es un bosque idílico, de árboles que tocan el cielo y nieblas matutinas que recorren sus raíces. Los personajes (un grupo de jóvenes privados de libertad, donde los protagonistas son dos hermanos) habitan el adentro, aunque sueñan y fantasean permanentemente con el afuera. Eso queda impreso en la piel de la película: ahí la cineasta libera la narración, mediante secuencias oníricas, narraciones fantásticas, recuerdos en donde se elabora ese presente o futuro truncado por la reclusión indefinida en el espacio carcelario. Es interesante, simbólico pero también terrible que dos películas recientes relativas al SENAME utilicen el concepto de sueño en su título. Me refiero también a Los sueños del castillo, de René Ballesteros que organiza un documental que se construye a partir de testimonios de jóvenes reclusos. En ambos casos el espacio onírico se impone como el único posible al momento de imaginar la libertad.

Claudia Huaiquimilla elabora un trabajo en torno a temporalidad al interior de la cárcel, se detiene en pequeños momentos de goce dados por las complicidades que se generan entre los reclusos: ellos funcionan como una familia extendida, llena de camaradería y afectos entre ellos, pero también con los funcionarios con los que interactúan, los abogados que los visitan. En Mis hermanos…, las secuencias oníricas apelan a una cierta sensorialidad, donde las imágenes se configuran de modo esteticista y donde lo que se percibe, en conjunto con la realidad siniestra que rodea a los jóvenes, es el anclaje a un mundo de ensueño, de camaradería e intimidad, de amistad, de juego: ese elemento va blindando aquello que supone que es la institución del SENAME.  La película tiende a aligerar aquello que sabemos relativo al servicio de menores en Chile: precarización, maltratos, abusos sexuales, suicidios, negligencia. La ficción admite cierta levedad a pesar de la denuncia implícita que asume la directora. Se construye una narración alrededor de la violencia estructural en cuyos cimientos se alza el SENAME, pero al mismo tiempo esa violencia se va evadiendo, se va disipando hacia otros lugares, relativos a madres que abandonan, a padres alcoholizados que descuidan a sus hijos, a delitos que se cometen como errores juveniles y que terminan arruinando cualquier futuro posible, y no realmente en torno a un estado y a una sociedad que no ha sido capaz de hacerse cargo en forma amorosa y responsable de sus niños y jóvenes.

 

 
Como citar:
Urrutia, C. (2022). Mis hermanos sueñan despiertos, laFuga, 26. [Fecha de consulta: 2024-10-07] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/mis-hermanos-suenan-despiertos/1123