A siete años de El Pejesapo, una película que empezó circulando de mano en mano para transformarse en un fenómeno social de circuito, José Luis Sepúlveda y Carolina Adriazola estrenan su esperada segunda película: Mitómana.
Y ha pasado agua bajo el puente: entre medio ellos han levantado un festival de cine social y una escuela popular de cine que funciona de forma autónoma (FECISO), y no han parado de filmar. A su vez un paisaje social y político ha cambiado y ellos lo han ido integrando llegando a presentar el año pasado El destapador, un cortometraje sobre la militancia, el cuerpo y el estar al margen.
Mitómana se grabó entre medio, y a lo largo de estos años ha tenido varias versiones. Desde su inicio ha sido una película concebida en proceso y por ende, con cambios sustantivos en el argumento, la estructura, y las ideas en el montaje. Quizás parte de su brillo pase porque se nota eso: un trabajo por capas que ha ido sintetizando una forma que se cristaliza en esta película pero cuyo proceso, finalmente, sigue hasta después del filme. Si parte del cine dominante intenta, a gran escala, delimitar y subdividir la producción invisibilizando sus mecanismos, es claro que el procedimiento aquí es a la inversa: evidenciar procesos. Esto pasa a ratos por lo llamado “documental”, pero otras, definitivamente, estamos frente a algo nuevo, que desmonta- no por artificio si no por performatividad – las categorías documental/ficción.
Por otro lado, su estructura no es clásica. Un personaje/actriz cambia a los 10 minutos de la película y se traspasa-transmuta en otro nuevo (Paola Lattus), cuyo eje es probarle a la cámara su compromiso con la película. Una segunda parte es la larga secuencia de la actriz en las distintas “pruebas” que debe pasar frente al lente. Pero después ocurre algo más.
Rocío, un tercer personaje, aparece para desbaratar lo anterior. Si previo a su aparición se sostenía cierto soporte y contrato, algo así como el “consenso” de que vamos a ver una película sobre una actriz que se pone a prueba, la tercera parte es un puente- sin barandas- a una zona desconocida. Una zona desconocida que es tanto fílmica- los procedimientos formales - social – la zona suburbial, poblacional, un universo que desmiente la ficción asistencialista de lo político, un universo social en ruinas- y subjetiva- la relación entre ambos personajes, la singularidad y fuerza del testimonio de Rocío. Esto se resume, en la película, en la afectación que produce el impacto de Rocío: personaje- puente, al cual accedemos a una zona donde lo subjetivo y lo social se indeterminan, pero así también, el punto donde mentira y verdad se confunden y donde se vuelven ambas situaciones polares desde donde lo real aflora con violencia. Esta tercera parte, en definitiva, desmonta la construcción simbólica de los pares mentira/verdad; documental/ficción (como géneros) poniendo en primera instancia los cuerpos, el habla, la intensificación presencial de la cámara, aflorando cierta dificultad para “dar cuenta de”. Es desde aquí que es factible pensar una política de los materiales.
Sepúlveda y Adriazola se han vuelto aquí los principales demoledores de la forma cinematográfica en el campo cinematográfico chileno actual. Con Mitómana, dan cuenta no sólo de un riguroso- no por eso ordenado- trabajo, una metodología propia, singular y profundamente comprometida con lo que buscan comunicar, si no también, de la tensión crítica en un campo institucional (cinematográfico y político) de llano consensual y conformista. Por todo ello, creemos que ver Mitómana se vuelve algo imprescindible.
Pinto Veas, I. (2012). Mitómana, laFuga, 14. [Fecha de consulta: 2024-12-02] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/mitomana/608