A principios de los años noventas, tras prácticamente dos décadas de sequía cinematográfica, nació, al menos para mí generación, el concepto de ‘cine chileno’. Habían tantos temas por ser tratados, que todas las películas llevaban el rótulo de ‘la primera película chilena que…’ Hoy, si bien publicitar una película local así ha disminuido tenuemente, el término ‘cine chileno’ sigue instalado de manera muy sutil en el discurso de todos: directores y actores, prensa, espectadores activos y pasivos. Para los que hemos estado fuera del país, y justamente por haber salido un período de este sistema, el asunto se nos hace más perceptible: el cómo se utiliza aquí el término ‘cine chileno’, al menos para mí, es más un adjetivo calificativo que un sustantivo. Dicho de otra forma: el cine acá, más que unas películas, más que un conjunto de obras, se entiende como un concepto, un lema, algo así como una frase publicitaria.
Como en todo el mundo, ya sea por su naturaleza ligada a las masas y al espectáculo, el cine es, de todas las artes, la que en Chile ha sembrado más expectativas. Mucho más se sabe de una nueva película que de una obra de teatro o que de una exposición de pinturas en el Bellas Artes. En la medida de lo posible, estas expectativas se han cumplido: mayor cantidad de películas y festivales, mejores óperas primas, mejor distribución, etc. En este sentido, resulta indiscutible que también la promoción de estas películas haya comenzado a tomar un rol vital. En una sociedad donde el consumo ya no puede ser más evidente (en Chile, esta característica sí que ha ido en aumento y formaría parte de aquellas que dejan de ser perceptibles para el individuo que conforma ese modelo y/o sociedad), donde todo es transformado en producto y presentado como oferta o primicia, en cada esquina de la ciudad, publicitar una película chilena no podía ser concebido de otra forma: comerciales en radio y televisión, cobertura de la prensa, gigantografías en las carreteras, carteles en las calles y paraderos. A mi juicio, las expectativas en torno a estas películas y el exceso de publicidad del cual se valen, originan indirectamente otro tipo de cine, aquel que no cuenta con grandes presupuestos para su rodaje ni menos para publicidad. Sin saberlo, el día en que los productores de cine en Chile comenzaron a destinar gran parte de sus presupuestos para publicidad, inauguraron otro cine, uno más de trinchera. Para nuestro inconsciente colectivo, las películas con inmensas campañas publicitarias son las películas oficiales. Para el espectador chileno, ese que en promedio va al cine 0,7 veces al año, una película existe sólo si es publicitada. Entender el cine como un producto que debe ser vendido habla de una forma de desarrollo legítima. En el fondo, todos quisiéramos hacer cine rentable y eso no tiene nada de malo.
Lo saludable de todo esto es que automáticamente nacen dos fracciones, dos tipos de ‘cine chileno’. Por una parte el oficial, el conocido gracias a la publicidad que, en principio y por razones que aquí no voy a mencionar, tiende a ser más convencional, con actores conocidos, menos arriesgado y más políticamente correcto. La otra parte en tanto, es concebida con menos o nada de presupuesto. Así, está menos expuesta y es producto más de una inquietud, de la creatividad sin dinero y más a partir de, por escribirlo de alguna forma, ‘lo ya dicho y repetido pero ahora reformulado’, que de rostros y recetas ya probados. Esto no quiere decir que el ‘cine under‘ en Chile sea siempre de mejor contenido, pero para algunos sí puede llegar a ser más interesante, sobretodo pensando que éstas no cuentan con rostros populares que vemos en publicidad y televisión, y que además escuchamos en la radio. En el fondo, el cine de trinchera de hoy es más similar al cine oficial de hace 15 años, aquel filmado sin dinero pero que, por ser el único, era considerado como ‘el’ cine chileno.
De esta saludable diversidad tuvimos ejemplos en SANFIC 2007, con las secciones “Cine Chileno: Alfombra Roja” y “Foro Cine Chileno”, que mostró películas como El pejesapo (José Luis Sepúlveda, 2007), Rabia (Oscar Cárdenas, 2006), Corazón secreto (Miguel Angel Vidaurre y Carlos Flores del Pino, 2007), y también mucho del siempre apartado pero cada vez más reconocido género documental a cargo de, entre otras, El tiempo que se queda (José Luis Torres Leiva, 2007), Reinalda del Carmen, mi mamá y yo (Lorena Giachino, 2007) o La ciudad de los fotógrafos (Sebastián Moreno, 2006). En Valdivia por su parte, la sección “Ventana del Cine Chileno” también hizo lo suyo. Sin embargo, en ambos festivales aún se siguen mezclando todas aquellas películas que yo califiqué como ‘under’ con aquellas que llamé ‘oficiales’, es decir, las que cuentan con mayor publicidad. Esto pese a que, por lo general, ambos estilos son formas muy distintas de hacer y entender al cine.
En conclusión, el ‘cine under‘ en Chile, a diferencia de, por ejemplo Malta con huevo (Cristobal Valderrama, 2007), Casa de remolienda (Joaquín Eyzaguirre, 2007) o Radio corazón (Roberto Artiagoitía, 2007), al no alcanzar los circuitos comerciales, quedará limitado a festivales y/o a circuitos alternativos. Así, quiéranlo o no, engrosará otra (di)visión de este cine, no una menor, sino una nueva y definitivamente underground. Quién sabe si en el futuro, alguno de los festivales de cine en Chile coincide con estas apreciaciones.
Cubillos, V. (2007). Opinión: cine chileno en Sanfic , laFuga, 5. [Fecha de consulta: 2024-10-15] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/opinion-cine-chileno-en-sanfic/313