Ponencia presentada en el marco del III Festival Internacional de Cine de Viña del Mar (1990)

Por Sergio Salinas

 
 

Si durante los últimos años se ha mencionado con frecuencia la expresión “crisis del cine”, esta afirmación parece igualmente válida respecto de la crítica cinematográfica. Al menos en nuestro país, esta crisis existe.

En Chile, el deterioro de la crítica se ha manifestado con claridad desde hace algunos años. La pérdida de los valores que sustentan el ejercicio de esta actividad y su reemplazo por falsos valores es un hecho constatable a diario y con tendencia creciente en los medios de comunicación.

Con muy escasas excepciones, lo que hoy se cultiva es una suerte de periodismo de espectáculos en un registro que oscila entre la afirmación caprichosa y enteramente subjetiva, y el tributo a la moda y el exitismo. Ello revestido, en los casos más deplorables, de un tono presuntuoso y pedantesco. Una tendencia en boga entre los periodistas jóvenes –y otros que no lo son tanto– consiste en la exaltación embobada de los productos fabricados en serie por las empresas transnacionales. Esta tendencia se complementa con la mitificación de producciones provenientes de una marginalidad decadente, norteamericana en especial, a las que se pretende hacer pasar por experiencias valiosas de una supuesta vanguardia.

Todo ello se adorna con una jerigonza extravagante de vocablos en idioma inglés y con la invocación a movimientos estéticos de dudosa validez, donde el posmodernismo es el cliché de moda.

Estos comentaristas, identificados con medios y espacios periodísticos determinados, pero en procura de constante expansión, producen textos de curiosas características. Uno de estos rasgos es la referencia a las expresiones cinematográficas como si flotaran en una suerte de limbo intemporal, descontextualizadas de su pertenencia a entornos culturales precisos, excepto el único que les interesa: el ámbito de la decadencia. Por eso, también, su aversión al cine que trata problemáticas sociales y políticas al que califican de anticuado o académico.

Abundan en estos comentarios las comparaciones arbitrarias. Ya es un lugar común en ellos la aplicación del concepto de “cine de autor” a realizadores impersonales, fabricantes de productos calculados hasta en sus menores detalles por estudios de marketing. La invención de autorías inexistentes es, así, otra de las características de esta crítica.

Al respecto habría que precisar que nada tiene que ver el cine norteamericano de hoy, el de los yuppies que dominan la industria y de las legiones de tecnócratas que los secundan con aquel otro que forjó una tradición clásica que, con todas sus contradicciones entre arte e industria, permitió la creación de las obras de Ford, Kazan, Hitchcock o Mankiewicz, entre otros.

El culto de esta crítica por el cine norteamericano de moda, con su maquinaria de efectos especiales, sus guiones simplistas y sus emociones manipuladas, corre a parejas con el desprecio por las creaciones fílmicas que, difícilmente, pueden identificarse con nociones de éxito o riqueza. Es el caso de nuestro cine chileno y latinoamericano, que se forja a través de dificultades de todo orden y que, en sus mejores expresiones, refleja realidades muy poco glamorosas. Sin duda, para estos comentaristas alucinados por el brillo del poder y el dinero, nuestro cine ofrece pocas posibilidades de lucimiento o de subirse a algún carro de la victoria.

Si a veces se han ocupado del cine latinoamericano o del Tercer Mundo es sólo en función de otro de los rasgos que los singularizan: el oportunismo, encarnado en una suerte de amnesia que los lleva a olvidar hoy lo que sostuvieron ayer, cuando tal maniobra ofrece alguna probabilidad de figuración.

En suma, lo que todo esto refleja es una profunda alienación cultural y social. El hecho no tendría mayor importancia si no fuese porque estos personajes han ido ganando espacios, profitando de la indiferencia, la apatía o el desconocimiento de los demás, especialmente de los responsables de los medios de comunicación social. Allí encuentran el terreno propicio para el despliegue de la audacia, la irresponsabilidad y la impunidad.

Se configura de este modo una situación que debe preocupar. En los momentos en que en Chile se desarrollan importantes cambios políticos, sociales y culturales y en que, para su cine, se abren perspectivas de superación del marasmo en que lo sumió la dictadura. Es grave que la crítica se encuentre dominada por estas tendencias regresivas y decadentes. Es grave que el rol de intermediación entre la obra y el público, que la información y orientación de los espectadores estén manipuladas por personas a las que es aplicable con propiedad la definición que enunciara ayer Roque Zambrano: “Gacetilleros de la basura audiovisual”.

Lo sucedido este año con el estreno de varias películas chilenas y la recepción que ellas han tenido en este sector de la crítica, ilustra de manera suficiente al respecto. Hay falta de respeto al cine chileno, a sus creadores y trabajadores. Hay falta de respecto al público, cuando las películas chilenas son despachadas en comentarios frívolos, carentes de fundamentación; en que el análisis ponderado de sus logros y fallas es sustituido por acumulaciones de adjetivos o por comparaciones odiosas o descabelladas. Es absurdo que los realizadores chilenos sean comparados, para denostarlos, con Douglas Sirk o Alfred Hitchcock, referencias que no tienen la menor relación con las condiciones de trabajo o las pertenencias culturales de esas obras o con su sentido y significación.

Así, las afirmaciones jactanciosas, la audacia y la banalidad contribuyen a agravar la situación, ya suficientemente complicada, de la creación audiovisual en nuestro país.

No postulamos una crítica que elogie incondicionalmente a todas las películas chilenas por el hecho de ser tales. El ejercicio bien entendido de la crítica supone un esfuerzo intelectual, de análisis. En esa tarea cabe la formulación de objeciones, el señalamiento de carencias. Pero cabe, sobre todo, la preocupación seria por el cine nacional, el enmarcamiento en sus condiciones de producción y en el contexto institucional en que se desenvuelve. Parte del trabajo del crítico debe consistir en procurar, desde su campo de acción, que esos condicionamientos mejoren, para que el cine 1pueda existir en Chile libre de la precariedad angustiosa en que ha sobrevivido hasta ahora.

Es preciso expandir no sólo la producción, sino también la cultura audiovisual. Son necesarias publicaciones especializadas que aborden el cine con rigor; trabajos de investigación sobre el medio audiovisual cuyos resultados se difundan hacia el público. Es preciso desarrollar trabajos que relacionen estas expresiones con el contexto cultural en el que se originan y al que reflejan.

Aún la crítica periodística, sustentada en esas bases, tendría una orientación muy distinta que la fundada en el mero capricho o en la presuntuosa concepción del crítico como un pequeño dios que dictamina éxitos o fracasos a su antojo. Seguramente se trata de una labor silenciosa, opaca, que poco tiene que ver con la fama o el éxito social. Pero es una tarea indispensable.

En la medida que el crítico asuma su rol como un trabajador de la cultura, atento a su materia, motivado por su interés y amor por ella y no por el amor a sí mismo, la crítica de cine llegará a tener la madurez y la legitimidad de que hoy carece en el país.

Ponencia presentada en el marco del III Festival Internacional de Cine de Viña del Mar. 12 al 20 de octubre de 1990.

 

 
Como citar:
Salinas, S. (2013). Ponencia presentada en el marco del III Festival Internacional de Cine de Viña del Mar (1990), laFuga, 15. [Fecha de consulta: 2024-10-04] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/ponencia-presentada-en-el-marco-del-iii-festival-internacional-de-cine-de-vina-del-mar-1990/653