Por fin salió humo blanco. El fondo de asignaciones directas del nuevo Consejo de la Cultura hizo el trabajo que ni la Intendencia ni la Municipalidad de Valparaíso han estado dispuestos a afrontar tras nueve años de divagaciones y negativas: financió en parte (14 millones) el escuálido presupuesto de este festival de culto, desconocido para muchos. En este breve escrito voy a repasar la historia de este increíble espacio para el cine que ha sido el Festival de Valparaíso.
Una programación nunca antes ensayada
Recuerdo con cariño la Primera Semana de Cine de Valparaíso (1997), quizá aquella que mejor conocí y que más impacto provocó en mis confusos 18 años. Era la primera semana de Septiembre, si mal no recuerdo, y la lluvia se hizo presente como en tantas ocasiones, un diluvio incontenible redoblando a ese acompañante ingrato y nunca bien asimilado, el frío, que fue la mayor barrera para soportar las largas jornadas en el antiguo Teatro Velarde. La sala casi vacía, cinco o seis fanáticos en las primeras funciones, sólo a la noche llegaba más público. En la inmensidad del teatro susurraba el Popul Vuh maya quiché, acompañado de Leonard Cohen en medio del desierto tórrido, vestigios de un mundo civilizado no se sabe si justo antes o después de la catástrofe, o en medio de ella misma: era Fata morgana (1971), el más irreal y excelso ensayo fílmico de Werner Herzog. La retrospectiva incluía varios de sus clásicos films, Aguirre, la ira de Dios (1972), El enigma de Kaspar Hauser (1974), Corazón de cristal (1976), Fitzcarraldo (1982), Cobra verde (1988). Y también se presentó entonces la magistral y premonitora Señales de vida (1968), con un par de planos quijotescos y trastornados de los molinos en la montaña griega, a través de los cuales el espectador pierde la noción del espacio, método circular luego extremado por Raymond Depardon en su Africa, ¿cómo va esa vida con el dolor? (1996). A las cinco de la tarde se proyectaba el imperdible programa Herzog, y justo antes, a las tres, el banquete alemán (cuyas copias en cine eran facilitadas por el Centro Audiovisual Alemán de Santiago) se iniciaba con la retrospectiva de los mejores y más desconocidos films de Wim Wenders, panorama que nos dejaba en un inusual estado de flotación. Recuerdo especialmente En el transcurso del tiempo (1976), ese largo y contemplativo trayecto fronterizo entre las dos Alemanias, a través de los cines de pueblos perdidos y olvidados, el espacio de los tiempos muertos, que es la vivencia del tiempo. También la detenida El estado de las cosas (1982), otra vez cine dentro del cine, y el notable homenaje a Yasujiro Ozu que es Tokyo-Ga (1985). Además del bien admirado policial existencial El amigo americano (1977), y otras tres cintas más desconocidas: El miedo del arquero ante el tiro penal (1971) (en donde un asesinato absurdo origina un road movie sin persecuciones), La letra escarlata (1972) (una producida y prolija adaptación de la novela de Nathaniel Hawthorne), y por último, Falso movimiento (1974) (el enigmático viaje de un escritor en busca de una inspiración que no encuentra).
El alto nivel de las retrospectivas no fue sin embargo una exclusiva del primer año, el Segundo Festival logró reunir cinco largometrajes en 35mm de Sergei Eisenstein (El acorazado Potemkin (1925), Alexander Nevsky (1938), Octubre (1928) e Iván el terrible (1943-1948), partes 1 y 2) y dos más en copias vhs-pal (La huelga (1924), ¡Que viva México! de 1932). Ese mismo año (1998) se proyectó en funciones dobles el decálogo completo de Krysztof Kieslowski y un recorrido por la obra de Patricio Guzmán (La batalla de Chile I, II y III (1974-1979), En nombre de Dios (1987), La cruz del sur (1992), Pueblo en vilo (1995) y La memoria obstinada de 1997). Además, esa vez se hizo un recuento en 35mm de parte de los trabajos del gran documentalista Joris Ivens, de su pieza inigualable A Valparaíso (1963), y de otros dos grandes hitos de su carrera: El canto de los ríos (1954) y Tierra española (1937).
En 1999, al año siguiente, el Festival presentó bajo colaboración de la Cinemateca Francesa y la Embajada de Francia en Chile, siete largos del magistral Robert Bresson (Las damas del bosque de Bolonia (1945), Pickpocket (1959), El proceso de Juana de Arco (1962), Al azar, Baltazar (1966), Mouchette (1967), Lancelot du lac (1974) y El dinero de 1983). No recuerdo si antes o después, se había exhibido en el mismo Teatro Municipal (como parte de un ciclo de cine francés) la gloriosa Diario de un cura rural (1950), probablemente uno de los mejores films de la historia del cine. En aquel tercer Festival también hubo lugar para una antología de Orson Welles, exhibiendo los clásicos El proceso (1962) y Sed de mal (1957), la inacabada y remontada Don Quijote (1969-1992), el breve film Una historia inmortal (1968), otro extraño y desconocido cortometraje de nombre “L’affaire dominici (1955), La batalla del Ciudadano Kane (Michael Epstein & Thomas Lennon, 1996), documental sobre la prohibición y persecución del film original, y una película semi documental con imágenes originales de Welles (It’s all true de 1942). A su vez se realizó una muestra de tres trabajos del creador cubano Juan Padrón, con títulos consagrados como Vampiros en la Habana (1985) y un par de films de animación traídos de la Cinemateca de Cuba (Elpidio Valdés contra dólar y cañón (1983), Contra el águila y el león de 1999). Unos años más tarde, ya el 2004, sería estrenada en Chile la continuación de la clásica cinta de Padrón, a saber, Más vampiros en La Habana (2003). Finalmente, esa tercera versión rindió un homenaje al fallecido artista visual chileno Juan Downey, cuyos videos experimentales en medio de los universos indígenas e indagaciones en torno a la observación y la mirada, constituyen un acto de lucidez reflexiva muy poco valorada. Las obras convocadas y facilitadas por la fundación de su mismo nombre fueron: Yucatán (1973), Guatemala (1973), The Abandoned Shabono (1974), Guahibos (1976), The Laughing Alligator (1979), The Motherland (1986), The Return of the Motherland (1989), No (1988), Moving (1974), The Looking Glass (1981), J. S. Bach (1986), Information Withheld (1983), Shifters (1984), Hard Times and Culture (1990), Rumbo al golfo (1973), Chile (1974), Chiloé (1981) y Chicago Boys (1983).
El cuarto Festival de Valparaíso (2000) centró su atención en Luis Buñuel, del cual se proyectaron sus tres primeros films mudos (los surrealistas y experimentales Un perro andaluz (1929) y La edad de oro (1930), y el falso documental pesimista Las Hurdes de 1933), dos largos de su etapa mexicana (el descarnado retrato del bajo mundo en Los olvidados (1950) y la personal adaptación de Pérez Galdós en Nazarín de 1958), también el controvertido enfrentamiento al franquismo y a la Iglesia que hizo en Viridiana (1961), y otras cinco cintas de su más conocida última etapa francesa (Diario de una camarera (1964), Belle de Jour (1967), El discreto encanto de la burguesía (1972), El fantasma de la libertad (1974) y Ese oscuro objeto del deseo de 1977). Además el año 98 se había presentado como parte de la sección Archivos a El ángel exterminador (1962), magistral pieza del desquicio del encierro de los invitados burgueses, en un enigmático salón. Pero en el 2000 fue también el turno del cubano Gerardo Chijona Valdés, de quien se estrenaron en Chile, con el apoyo del Icaic, cuatro de sus obras: el corto Kid chocolate (1987), Adorables mentiras (1992), Una vida para dos (1984) y Un paraíso bajo las estrellas (1999). A su vez esa cuarta versión incluyó una muestra de cuatro films de Luis Vera: el terrible relato adaptado de una obra de Juan Radrigán, Hechos consumados (1986), Bastardos en el paraíso (2000), una desencantada narración del devenir de un grupo de jóvenes extranjeros discriminados en el primer mundo, y otros dos largos (Consuelo, una ilusión (1989) y Miss Ameriguá de 1994). Por otro lado, en el año 2000 se hizo una retrospectiva de la primera etapa del documentalista chileno Sergio Bravo Ramos (Mimbre (1957), Día de organillos (1959), Láminas de Almahue (1962), Amerindia (1962), Aquel Nguillatún (1960), Las banderas del pueblo (1964), La marcha del carbón (1960), La glane de 1985). Por último, en ese monumental cuarto Festival se realizó la más importante exhibición de un cineasta europeo nunca antes hecha en Chile, cuando gracias al apoyo del Museo de Cine de Frankfurt y del Goethe Institut, tuvimos la oportunidad de apreciar gran parte de la obra de uno de los más importantes directores de la historia del cine; nos referimos a la retrospectiva de siete films del danés Carl Theodor Dreyer: Honrad a vuestra mujer (1925), Michael (1924), Vampyr” (1932), Dies Irae (1943), La pasión de Juana de Arco (1928), Ordet (1955), Gertrud (1965).
El año siguiente (2001), nuevamente el Museo de Cine de Frankfurt, con la presencia de su director, Walter Schobert, y con el apoyo del Goethe Institut, fue el responsable del estreno de una obra de culto en nuestro país, esta vez la del austriaco Erich von Stroheim, maestro de la puesta en escena y precursor de un naturalismo pulsional que acentuaba una cruda visión del ser humano. En el ciclo se presentó la notable película Avaricia (1924), indagación sobre los trastornos que emergen del fetiche del dinero y sobre su vinculación desde el ámbito de lo profano con un tiempo sagrado que para Bataille acarreaba el sexo y la muerte. Los otros seis films fueron Maridos ciegos (1919), La viuda alegre (1925), La marcha nupcial (1928), La reina Kelly (1929), Hola hermanita (1933) y Los amores de un príncipe (1923). En aquel quinto Festival se hizo una retrospectiva de los documentalistas alemanes Walter Heynowski y Gerhard Scheumann, que filmaron en plena dictadura en nuestro país, incluidas algunas de las pocas imágenes que existen de los campos de concentración (Pisagua, Cuatro Álamos). El programa incluía Salmo 18 (1974), Ciudadanos de mi patria (1974), “Problemas de dinero (1975), Yo soy, yo fui, yo seré (1974), La guerra de los momios (1974), El golpe blanco (1975), Los muertos no callan (1978), Más fuerte que el fuego (1978) y Un minuto de oscuridad no nos enceguece (1976). Incluso luego, al siguiente año, fue presentada su indagación sobre el movimiento fascista Patria y Libertad: Bajo el signo de la araña (1973). Por otro lado, ese mismo año 2001 se presentó, asociada a un Seminario, la muestra de parte de la cinematografía de Stanley Kubrick que incluía 2001, Odisea del espacio (1968), La naranja mecánica (1971), Barry Lyndon (1975), El resplandor (1980) y Nacido para matar (1987). Finalmente, se rescataron una serie cortos del gran documentalista cubano Santiago Álvarez: Mi Hermano Fidel (1977), Morir por la patria es virir (1976), Hasta la victoria siempre (1967), Cómo y por qué se asesina a un general (1971), El tigre saltó y saltó pero morirá…morirá (1973).
Ya en el VI Festival de Valparaíso, en medio de un auditorio universitario (UCV), tuvo lugar las más amplia retrospectiva realizada en Chile de la obra del en extremo contestatario e hiper creativo cineasta alemán Rainer Werner Fassbinder, de quien se proyectaron todos los capítulos de su magna obra para la televisión en 13 episodios y un epílogo, Berlín Alexanderplatz (1980), además de un documental making off sobre esta producción, y otros increíbles 18 largometrajes: El amor es más frío que la muerte (1969), Ruleta china (1976), La repentina locura del señor R. (1970), Las amargas lágrimas de Petra Von Kant (1972), La libertad de Bremen (1972), El viaje a la felicidad de mamá Küsters (1975), Nora Helmer (1974), Desesperación, un viaje hacia la luz (1978), La angustia corroe el alma (1974), Fontane Effi Briest (1974), La tercera generación (1979), Yo sólo quiero que ustedes me amen (1976), El matrimonio de Maria Braun (1979), La ley del más fuerte (1975), Lili Marleen (1981), Bolwieser (1977), El deseo de Veronica Voss (1982). Mientras se desarrollaba ese glorioso repaso por la magna obra de Fassbinder, tenía lugar también ese año 2002 una muestra del reconocido director cubano Humberto Solás: Miel para Oshun (2001), Un día de noviembre (1972), Cantata de Chile (1975), Un hombre de éxito (1986), Manuela (1966), Simparelé (1974).
Un año después, la séptima versión del Festival de Cine de Valparaíso tuvo una sección enfocada en la obra del riguroso e inclasificable director ruso Andrei Tarkovski, proyectándose en 35mm, gracias a la gestión de la Filmoteca de Lima, la mayor parte de sus largometrajes (La infancia de Iván (1962), Andrei Rublev (1966), Solaris (1972), El espejo (1975), Stalker de 1979). Sus otras dos películas, las últimas de su carrera ya en el exilio (Nostalgia (1983) y El sacrificio de 1986), se exhibieron dentro del simposio en su honor, en el cual además se pudo ver los dos cortometrajes que Tarkovsky realizó en su época de estudiante de cine: su conocida tesis El violín y la aplanadora (1960) y el magistral relato adaptado del cuento de Hemingway e incógnito ejercicio fílmico que es Los asesinos (1958). Ese año 2003 tuvo lugar la retrospectiva del comprometido cineasta alemán Peter Lilienthal, en un repaso de su obra que incluyó sus trabajos en Chile y con la presencia del mismo creador: El autógrafo (1984), El silencio del poeta (1987), El profesor Hofer (1975), la hermosa y terrible David (1979), La insurrección (1980), El ciclista del San Cristóbal (1988), En el país reina la calma (1975) y La Victoria (1973). Finalmente, la séptima versión incluyó (gracias al apoyo del Archivo Fílmico de la UC), una breve revisión de ciertas del gran teórico del montaje y director fundador del Instituto Fílmico de la Universidad Católica, el ex sacerdote chileno Rafael Sánchez: Chile, paralelo 56 (1964), Florescencia en el desierto (1979), Mi Valle del Elqui (1971), Faro Evangelistas (1964), El cuerpo y la sangre (1962).
Ya en la última versión de este Festival de Valparaíso, el año pasado, tuvo lugar una muestra de cinco films de Orson Welles, nuevamente gracias a la gestión del “Filmmuseum” de Munich, algunos inéditos en Chile, como London (1968-1971), Vienna (1968), Moby Dick (John Huston, 1956), The Magic Show (1976-1985) y The Spirit of Charles Lindbergh (1984). Asimismo, este VIII Festival programó una retrospectiva de la compañía productora de cintas de terror Hammer, que incluyó siete de sus clásicos films: Drácula, príncipe de las tinieblas (Terence Fisher, 1966), El horror de Drácula (Terence Fisher, 1958), La maldición de Frankenstein (Terence Fisher, 1957), El mastín de los Baskerville (Terence Fisher, 1959), La novia del diablo (Terence Fisher, 1968), Frankenstein debe morir (Terence Fisher, 1969) y Frankenstein y el monstruo del infierno (Terence Fisher, 1974). Por otra parte, dentro del tradicional simposio, esta vez de animación, se rindió un homenaje a la precursora creadora alemana Lotte Reiniger, de la cual se proyectaron varios de sus cortos y mediometrajes, además de una versión restaurada del magistral largometraje animado Las aventuras del príncipe Achmed (1926). Por último, en esta versión tuvo lugar la exhibición completa de la serie Cofralandes (2002) del gran director chileno radicado en Francia Raúl Ruiz.
Joyas de archivo y proyecto patrimonial
La verdad, es imposible abarcar toda la programación llevada a cabo en ocho largos años de Festival de Cine de Valparaíso. Menos aún, toda la enorme cantidad de piezas únicas, perdidas en el tiempo, extraviadas algunas, prohibidas otras, olvidadas la mayoría, que de una u otra forma, gracias a distintos gestores, han recalado en nuestra ciudad. En esta parte voy a realizar un recuento de algunos de estos hitos fílmicos que tuvieron su lugar en Valparaíso, de aquellos que tuve la oportunidad de ver, o de los cuales supe por otras personas, de los que más recuerdo y tengo mejores comentarios, o bien de esos que más impactaron a muchos otros.
En aquel año del crepúsculo, la gran primera Semana de Cine, en la sección de muestras de Archivo, programó la pieza maestra del español Carlos Saura, La caza (1965), realizada en plena dictadura de Franco, debiendo sortear por ello una censura que no fue siquiera capaz de entender el mensaje entre líneas de una supuestamente inocente jornada de cacería, que por lo de más culmina de la manera más radical posible. También en ese Festival de 1997 fueron exhibidas la notable Freaks (1932) de Tod Browning, una particular cinta de horror sustentada en el lado oscuro y vengativo de una serie de deformes personajes sacados de una de las tantas ferias circenses que llenaban el goce de lo exótico y lo extraño a principios del siglo XX; Juventud divino tesoro (1951), uno de los primeros films del existencial Ingmar Bergman; El hombre de Arán (Robert J. Flaherty, 1934), clásica película sobre los pescadores de estas islas nórdicas, que constituye uno de los puntos inaugurales de la historia del documental; y Boudu, salvado de las aguas (1932), pieza del magistral Jean Renoir, uno de los grandes creadores franceses cultores del realismo poético. A su vez, se realizó una muestra de Archivo Latinoamericano, con una serie de películas de culto: El romance del Aniceto y la Francisca (1966), segundo largometraje de Leonardo Favio, una majestuosa descripción de una simple historia de amor imposible en medio del universo provincial argentino, con una bella fotografía en blanco y negro; Vuelve Sebastiana (1953) del boliviano Jorge Ruiz, quizá una de las mejor logradas y más conmovedoras historias indígenas de nuestro continente; Ya no basta con rezar (1972), uno de los dos clásicos largometrajes del maestro Aldo Francia; Dios y el diablo en la tierra del sol (1964), la más aclamada de las realizaciones de uno de los mayores directores de la historia del cine americano, Glauber Rocha; Memorias del subdesarrollo (1968), grandiosa película de Gutiérrez Alea, basada en el conflicto moral de un burgués intelectual en medio del periodo revolucionario; las cintas patrimoniales de Perú Yo perdí mi corazón en Lima (1933) de Alberto Santana, y de Uruguay, El pequeño héroe del Arroyo del oro (1929), de Carlos Alonso; por último, un par de documentales chilenos de antaño, Reportaje a Lota (1970), de José Román y Diego Bonacina, y Andacollo (1958), de Jorge di Lauro y Nieves Yankovic.
Ya en el segundo Festival de Valparaíso, la atención estuvo puesta en una muestra de Archivo Latinoamericano. A la ya mencionada El ángel exterminador, de Buñuel, se sumaron La última cena (1976), excepcional film del cubano Tomás Gutiérrez Alea, que cuestiona el autoritarismo paternalista a través de una acción que transcurre en el contexto de la esclavitud del periodo colonial, a su vez matizado por una peculiar actualización crítica de la tradición cristiana y de su rito símbolo (contrapuesto a las creencias paganas de los africanos); La patagonia rebelde (1974), gran película de Héctor Olivera, centrada en la represión de un movimiento obrero sindical; Xica da Silva (1976), de Carlos Diegues; y un par de cortos de la Cinemateca Boliviana (Ajayu (1996) de Francisco Ormachea y Estaño, tragedia y gloria (1953) de Waldo Cerruto).
En 1999 el panorama de Archivo Internacional contó con Napoleón (1927), la majestuosa realización de Abel Gance y una serie de clásicos de la productora Warner, entre los cuales destacaban Bonnie and Clyde (1967) de Arthur Penn, La pandilla salvaje (1969) de Sam Peckinpah, Blade Runner (1982) de Ridley Scott, La llamada fatal de Alfred Hitchcock (1954) y Rebelde sin causa (1955) de Nicholas Ray.
El IV Festival de Valparaíso puso en escena El húsar de la muerte (1925), film inaugural de nuestro cine, realizado por Pedro Siena; además de un par de exhibiciones especiales: El sueño de Gabriel (1997), de Anne Lévy-Morelle y Fernando ha vuelto (1998) de Silvio Caiozzi, uno de los mejores documentales de la transición de nuestro país.
En el 2001 se presentó por vez primera (también al año siguiente), la obra maestra de Walter Ruttmann, Melodía del mundo (1929), gran pieza experimental sonora y de imagen, con una visión integrativa y tolerante de las distintas culturas y habitantes del mundo. Esa vez también fue exhibida en reemplazo de Acotaciones sobre vestidos y ciudades (1989) de Wim Wenders, la increíble película bi-autoral que este cineasta alemán realizó junto a un convaleciente Nicholas Ray, por cierto, en su homenaje, Relámpago sobre agua (1980). Además de una serie de cortos documentales latinoamericanos, entre los que destacaré los dos notables films de los peruanos del Grupo Chaski: Miss universo en el Perú (1982) y Encuentro de hombrecitos (1987). Finalmente, la quinta versión exhibió una serie de largometrajes franceses difíciles de encontrar y de connotados directores: Crimen en París (1947) de Henri-Georges Clouzot, El placer (1952) de Max Ophüls, Las maniobras del amor (1955) de René Clair, Thérèse (1986) de Alain Cavalier, …Y Dios creó a la mujer (1956 )de Roger Vadim, Las cosas de la vida (1970) de Claude Sautet, y French cancan (1954) de Jean Renoir.
En la sexta versión del año 2002 fue exhibida la obra de José María Berzosa y su notable trilogía documental Chile: Impresiones (1977), con imágenes inéditas de los miembros de la Junta Militar y de Augusto Pinochet, además de un recorrido inusual y de gran valor histórico por parte de la elite fascista y de algunas instituciones presentes en plena época de la dictadura (Club de la Unión, Bomberos). Además, ese año se presentó la pieza restaurada Everyday (1929), del cineasta de vanguardia alemán Hans Richter; así como en un homenaje a Billy Wilder, el film El gran carnaval (1951), y en una exhibición especial, Filmando con Douglas Sirk (1987), de Gustavo Graef-Marino.
El año 2003 fue la ocasión de apreciar una muestra del Noticiario Emelco, además de un par de films de Juan Pérez Berrocal y una serie increíble de documentales de la época de la Unidad Popular. Así también, fue exhibida Barbarella (1968), de Roger Vadim.
Siguiendo con el objetivo de mostrar el patrimonio fílmico nacional e internacional, el VIII festival de Cine de Valparaíso contempló la presencia de la película patrimonial La hazaña del Riñihue (1961), documental histórico filmado por el historiador Leopoldo Castedo, que registra el dramático efecto del terremoto y maremoto de 1960, así como el bloqueo de la salida del lago Riñihue y el salvamento que realizan de la ciudad de Valdivia los ingenieros y obreros de Endesa. También con una selección de obras de Europa, entre las que destacaban una versión restaurada de Metrópolis (1927) de Fritz Lang, que incluía 40 minutos más de metraje original, además de la ya mencionada cinta animada de la creadora alemana Lotte Reiniger (Las aventuras del príncipe Achmed) y la presentación del estreno mundial de la versión recién restaurada del clásico del cine mudo Distinto a los demás (Anders als die Anderen, 1919), dirigida por Richard Oswald, un polémico filme prohibido en su tiempo, que abordaba el tema de las relaciones homosexuales.
Un espacio para la comunidad
Por último, quiero destacar el gran espacio de discusión y reflexión que ha constituído el Festival de Cine de Valparaíso. A los mencionados simposios asociados a las retrospectivas sobre cineastas (Sergei Eisenstein, Orson Welles, Luis Buñuel, Stanley Kubrick, Rainer Fassbinder, Andrei Tarkovsky), se han sumado una serie de conferencias, seminarios especiales y talleres adjuntos. No los repasaré uno a uno, pero si consideramos el gran acercamiento que tenían estos encuentros con la ciudadanía (su inscripción fue gratuita o bordeó los mil pesos) además de los pases rebajados que permitían asistir a las distintas proyecciones, se entiende el aporte inconmensurable que el Festival hizo a la formación y educación de múltiples personas, en especial, de los estudiantes universitarios.
Cerraré por ahora aquí este artículo, puesto que sin duda este es un apartado que debe una reflexión más amplia y más decantada en el tiempo: no basta con enumerar una serie de eventos cronológicos, ni de presencias memorables. Tal vez más adelante sea necesaria una balanza cualitativa de sus aportes. Desde ya, sólo soñemos con una larga vida para este Festival.
Lorenzo, S. (2005). ¿Qué es el festival de cine de Valparaíso? , laFuga, 1. [Fecha de consulta: 2024-12-13] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/que-es-el-festival-de-cine-de-valparaiso/70