Si escuchas atentamente

Los chicos no están bien

Por Álvaro García Mateluna

Biografía +
Álvaro García Mateluna. Licenciado en letras hispánicas por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Actualmente, cursa el magíster en Teoría e historia del arte, en la Universidad de Chile. Junto a Ximena Vergara e Iván Pinto coeditó el libro "Suban el volumen: 13 ensayos sobre cine y rock" (Calabaza del Diablo, 2016). Editor adjunto del sitio web de crítica de cine http://elagentecine.cl.

 
 

Ya son varios los documentales que se han hecho cargo del auge del movimiento estudiantil que irrumpió con fuerza el año 2011, por nombrar algunos tenemos a La primavera de Chile (Cristián del Campo Cárcamo, 2012), Tres instantes, un grito (Cecilia Barriga, 2013), El vals de los inútiles (Edison Cájas, 2013), Ya no basta con marchar (Hernán Saavedra, 2016), De la sala de clases a la lucha de clases (Renato Dennis, 2016), los que se han encargado por retratar al movimiento con características de evento masivo, social, generacional, politizado y crítico, y en sintonía con diversos levantamientos sociales en distintas partes del mundo que abogan por igualdad, democracia y participación. En Chile, mientras tanto, la oposición al lucro y la petición de igualdad en la educación se establece como ofensiva contra la institucionalidad neoliberal asegurada por los gobiernos de la Concertación y con ecos de la lucha contra la dictadura que asentó ese paradigma. Para el caso de este documental, a diferencia de aquellos otros, su eje se encuentra desplazado a un grupo escolar que no pone su interés en la demanda educativa sino que, en cierta forma, la implica yendo más allá. En él se configura, mediante apenas cuatro niños, cuatro historias, cuatro voces, la bancarrota de la institucionalidad educacional como instancia formativa y normativa cuando su operatividad funciona como promoción de individuos funcionales al mercado laboral y productivo. ¿De qué sirve la gratuidad si la educación consiste en una serie de eslabones para obtener un cartón que acredite un grado profesional? ¿Por qué a una edad tan temprana como los 14 años, o en el último grado de la educación primaria, se tiene que definir cuál será el siguiente paso que conducirá a definir un aspecto tan relevante para el futuro de cada estudiante y casi sin posibilidad de deshacerse para afrontar otros?

Si escuchas atentamente sigue a cuatro alumnos de octavo año básico de la comuna La Florida que asisten a la Escuela Diagonal Los Castaños, ellos son Francisca, Scarlet, Javiera y Naín. Los cuatro chicos tienen inquietudes más inmediatas que la de definir su futuro y, como cabe esperar, puestos ante la posibilidad de suponerlo contestan entre ingenuos y vacilantes. A la indecisión normal para su edad se suma la precariedad de recursos económicos y culturales que los trasciende, su realidad es más bien propia de aquellos que no están afiliados al activismo de los movimientos sociales, marcada por falencias familiares, repitencia y bajo desempeño académico. Síntomas de neurosis se perciben como probables conformaciones de su devenir psicológico, que si bien no están explicitados resultan atendibles en los discursos que van elaborando a lo largo de la película. La realidad que perciben y describen se relaciona con cierto nihilismo no future vislumbrado ante la imposibilidad de responder a la demanda del arquetipo que se les impone -uno prosaico, funcional y exitista- y su incapacidad de imaginar una alternativa, una salida subjetiva; para no hablar de una ya imposible esperanza social utópica social a la cual adscribir, incluso la de los movimientos sociales.

Bien pronto el documental suscribe su punto de vista, evacuando la postura observacional para asumir su foco en el seguimiento de los cuatro niños y la exposición de sus relatos de vida a lo largo del año escolar octavo básico. La presencia de adultos -profesores y padres- es elidida casi completamente. En ciertas ocasiones solo se escucha su voz fuera de cuadro. Ambas decisiones son parte del tratamiento, bastante ajustado al objetivo de obtener el relato de los niños en sus propias palabras. La banda sonora de voces es uno de los principales mecanismos de construcción narrativa del documental, esto consiste en extraer la voz de la imagen del niño que la profiere para montarla off sobre otras imágenes, con lo cual se establece la mirada que este documental determina como su economía audiovisual sin por eso ser un documental político, en el tono de los que aludimos al principio del texto.

Muchas de esas imágenes tienen una marcada fijación por dotar a la narración de una connotación espacial y urbana. Esto es claro si se tiene en cuenta la localidad de donde provienen los chicos y se emplaza su escuela. Cerca del colegio se encuentra la Línea 4 del Metro y la autopista Vespucio Sur. Se trata de una zona urbanizada que colinda con aquellos flujos de tránsito, que va de la estación Macul por la avenida Departamental hacia el oriente y que llega hasta la Quebrada de Macul, donde se fundó la población Nueva Habana en la Unidad Popular y que durante la dictadura se rebautizó como Nuevo Amanecer. El dato de la locación no es menor, aunque no sea el más inmediato. La especificidad del espacio se va componiendo -y descomponiendo- a lo largo de la película mediante los tipos de encuadre, que pueden ser amplias planos fijos o recortes sobre espacios más delimitados –muchos de ellos con énfasis casi abstracto en los lineamientos de los cruces entre autopista, línea del metro, pasos sobrenivel, calles, puntos ciegos y rejas. Asimismo siempre son planos vacíos, puro cemento y tránsito de vehículos, excepto cuando son recorridos por los cuatro chicos.

Tenemos, entonces, palabras bastante personales que se acompañan de una visión despersonalizada sobre la ciudad, no hay encuentro posible, solo disyunción. En cambio, cuando los chicos son retratados en espacios más acordes a sus intereses es que la imágenes se impregnan de subjetividad, aunque sin por ello se abandone el abordaje desfamiliar que las compone. Naín montando un caballo en un descampado que parece ser un espacio rural pero que se ubica contiguo a la población donde vive, el uso de ralentí y oscuridad cuando Javiera y Francisca están en una disco, o la secuencia del paseo a una feria de atracciones (tipo Fantasilandia) son momentos que permiten apreciar otros enfoques y apropiaciones con que el documental amplía la paleta de recursos para retratar a los chicos asumiendo su individualidad, sus cuerpos y otras experiencias que no se relacionan con el eje principal del documental sobre la vida escolar o el porvenir de los cuatro. En medio de la ciudad, las clases, lo cotidiano y el futuro incierto hay instantes de puro presente. Tal vez por el contraste -como ese entre campo y ciudad- entre la objetivación que impone la precariedad y la experiencia subjetiva propia de los chicos (que se nos escapa) es que esa temporalidad, manejada por el documental, resulta mediada con algo de extrañeza.

Lo que sí carece de opacidad es el sentido temporal con que el documental dota al pasado y al futuro cercano. Este último se configura en términos institucionales con la visita que hace al curso el profesor de una escuela secundaria técnica. Junto con hablarle a los alumnos de las opciones que imparte la casa de estudios que promueve y las oportunidades laborales que generaría, les muestra un video publicitario que a todas luces asemeja una parodia inconsciente: con una estética cercana a la de un videojuego, carece de cualquier contenido informativo. Es como si quisiera acercarse y atraer a su joven audiencia mediante un recurso que supone los identifica pero es tan ridículo que no logra si quiera encubrir su simulacro falto de atractivo. Por lo mismo resulta natural y risible que los estudiantes dejen botados en el suelo los librillos informativos que les pasó el profesor, poco podían esperar de tal instancia sobre su futuro escolar. En cuanto a la configuración de un sentido histórico del pasado, es mediante otro video, pasado por el profesor de historia, que los aburridos alumnos (o al menos nosotros, espectadores) se enteran del origen de la población donde viven. Se trata de un trabajo sobre la fundación de la Nueva Habana, y durante un breve lapso la cámara se queda fija sobre la pantalla que emite el testimonio de un joven poblador de esa época: habla de compromiso y esperanza. En contrariedad a esa visión del futuro que existió en el pasado el documental, con su tratamiento audiovisual, se aprovecha de imágenes que entrañan todo el zanjamiento histórico, social y político que determina el transcurso vital de los cuatro chicos y de tantos otros: el fin de la comunidad y el triunfo de las mediaciones neoliberales (plataformas viales, medios de comunicación, formas de vida urbanas, individualización) que redunda en la escritura de la historia por parte de la adscripción al bando de los vencedores, es decir, de todos los que sean funcionales (exitosos o no) a la propagación de ese sistema.

La validación de esa noción como verdadera y su perversión de lo político como despolitización es el horizonte final que el documental deja entrever y que los cuatro chicos no por su edad, inmadurez o conflictos dejan de ser identificados como objetos del bombardeo ideológico que busca integrarlos. La secuencia de la graduación de octavo, hacia el final del documental, es decidora. Se ve llegar al patio de la escuela, con el escenario preparado para recibirlos, a los alumnos y apoderados. Pronto se escucha, sin que la veamos, a la, suponemos, directora del establecimiento; mientras pronuncia un breve discurso la imagen deja de estar afuera y pasa a mostrar mediante breves planos fijos el interior de una sala: está casi vacía, lo que permite detectar la precariedad del recinto (aunque previamente durante la película permita hacerse esa misma idea). La mujer dice, finalmente, a los ahora exalumnos: “Ahora ya crecieron y son los responsables de sus vidas, no culpen a los demás de sus fracasos e irresponsabilidades”. La insistencia, confrontable y evidenciada por el documental, en lo precario del colegio y la inoperancia de la efectividad del discurso oficial autoritario e ideológico de la voz de la dirección -que no se ve, solo se escucha- no puede verse concretado en alguna prueba eficaz de su realización por parte de los estudiantes. Con esto acaba por demostrar su operatividad disuasiva y persuasiva, apela a un sentido del deber ser funcional, un lugar vacío cuyo significante, el estado benefactor, es inoperante: sin presente no hay futuro.

 

Supuestamente, y significativamente, esa voz ha dicho anteriormente en su discurso de despedida y cierre del año escolar que la escuela se preocupó “Por enseñarles a no solo pensar en grande, sino a ser grandes”, y que lo que no pudo conseguir fue culpa de la irresponsabilidad de los alumnos. A fin de cuentas, la gran perversión institucional que desnuda Si escuchas atentamente no se relaciona con el lucro, la falta de oportunidades o la desigualdad económica en la educación sino con la vieja idea (Foucault) de la institucionalidad como mecanismo de constitución de individuos. Chicos a los que se le pide sean adultos cuando están empezando su adolescencia, y aún peor, a los que se le intenta introyectar la culpa por actos y conductas que hayan o no cometido, al mismo tiempo que se les fuerza a decidir su futuro. Si bien esta conclusión no es novedosa y la sociología se ha hecho cargo de ella desde hace bastante tiempo, la forma en que este documental la obtiene, recordándolo para nuestro presente, sin vociferar tesis grandilocuentes sino que mediante estrategias propias del cine, lo vuelve un trabajo importante para la cinematografía nacional contemporánea.

 

 
Como citar:
García M., Á. (2017). Si escuchas atentamente, laFuga, 19. [Fecha de consulta: 2024-12-09] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/si-escuchas-atentamente/811