Soy mucho mejor que voh

Camino sin retorno

Por Felipe Blanco

Director: Ché Sandoval Año: 2014 País: Chile

 
 

A pesar de surgir como un estricto spin off de Te creís la más linda (pero erís la más puta) (2010), y de compartir simultaneidad temporal, social y geográfica, la hermandad entre aquella cinta y Soy mucho mejor que voh es, en más de un sentido, egañosa.

Desde luego, para Te creís la más linda… existía una ineludible conexión generacional entre el director Che Sandoval y su actor/personaje (Martín Castillo), lo que le imprimió frescura y un valor casi antropológico al deambular del protagonista por un Santiago impredecible, a través de un formidable registro del habla juvenil que no había tenido espacio en el cine chileno hasta entonces.

Desde el punto de vista de su textura, también había coherencia entre la vocación amateur de los recursos de narración y puesta en escena de su primer largo, y el universo de la historia que contaba: el errático trayecto de Javier (Castillo) por las soleadas calles de Santiago Oriente y, paralelamente, la arrabalera noche enclavada en el Barrio Bellavista.

En Soy mucho mejor que voh, la lógica de la itinerancia y del encuentro que su protagonista establece a lo largo de una jornada extenuante, mantiene zonas de contacto con su filme anterior, pero esta nueva cinta tiene una factura mainstream, es menos “callejera” y eso restringe en algo la conexión dramática que se establece con el paisaje urbano, pero, sin duda, dejar atrás esa la vocación indie le permite al director acercarse a fronteras muy diferentes de la de su filme debut.

Cristóbal Fröhlich (Sebastián Brahm), conocido despectivamente como “El Naza”, se encuentra en el peor trance de su vida. Su mujer lo dejó hace menos de una semana para cursar una beca en España y la tensión entre ambos está amplificada cuando su hijo se ve imposibilitado de viajar con su madre por una negligencia suya.

En ese punto la premisa dramática del filme -el encuentro de Cristóbal con su hijo para entregar el permiso notarial que le permitirá viajar a España- llega a ser poco relevante. Lo fundamental, como el “McGuffin” en Hitchcock, es que esta tarea no es más que un pretexto para enhebrar una serie de encuentros azarosos que irán alejando progresivamente al protagonista de su tarea final.

I

Sin menospreciar la fuerza de gravedad que el espacio urbano y la interconexión de situaciones ejercen sobre el acabado final de ambos filmes, su efectividad como comedias depende bastante más de la cuidadosa construcción psicológica de sus personajes. Tanto Martín Castillo como Sebastián Brahm (ninguno de ellos actores) proporcionan los gestos y la tonalidad verbal que permiten ese registro espontáneo del comportamiento y, tanto entonces como ahora, Che Sandoval lo ha administrado inteligentemente como exploración caracterológica de un segmento específico de la fauna chilena.

Es esperable entonces que exista más de una simetría en el trayecto de “El Naza” aquí y de Javier en Te creís la más linda…, respectivamente. El vagabundeo de ambos está sustentado en la búsqueda de una compensación sexual para sus recientes pérdidas afectivas. Los dos se encuentran sin dinero, intentan cortejar a una prostituta y utilizan el regateo como mecanismo de negociación, pero también como vía de acceso a lo femenino. Ambos, a fin de cuentas, se conectan a través del azar con una tipología nocturna muy diferente de la que aparece cuando el día despunta.

Abordando estas similitudes, puede ser tentador concebir a Fröhlich como una prolongación, al borde de los cuarenta años, de las frustraciones y atascos emocionales que ya se encuentran incubados en el inseguro y veinteañero Javier. Y sólo esa pequeña hipótesis bastaría para justificar buena parte de las aproximaciones en torno a la crisis de la masculinidad chilena que la coyuntura local ha hecho sentir en Gloria (2013), de Sebastián Lelio, Las cosas como son (2012), de Fernando Lavanderos, y que también ha servido como reciente vía de aproximación a Soy mucho mejor que voh.

Pero el nuevo filme de Che Sandoval va más allá. Todas estas proximidades hacen perder de vista que la naturaleza de Cristóbal es completamente diferente. Es difícil pensar que su intenso día de furia haya surgido como respuesta exclusiva a su fracaso de pareja. Y si bien la cinta no se hace cargo de entregar demasiados datos sobre el pasado de ambos -o los expone desde el incierto y ambiguo punto de vista de su protagonista-, sí da claves suficientes para entender el comportamiento de Fröhlich como algo perenne más allá de las provocaciones de su contingencia afectiva.

El personaje que encarna Brahm es irresponsable, inmaduro, egoísta, agresivo, clasista y potencialmente violento. Si el cinismo de su misoginia termina por bloquear toda posibilidad de restablecer su herido amor propio a partir del contacto femenino, ello se explica mejor por su desgarro interno, debatido entre su deseo de reivindicación emocional y la irracionalidad de gran parte de sus impulsos.

II

Es meritorio que con semejantes insumos Che Sandoval haya podido construir una de las mejores comedias chilenas en años (Te creís la más linda… podría ser la otra). Descontando su confirmada habilidad como director de actores, su talento le imprime un ritmo “hawksiano” a los diálogos de la película y son ellos los que modulan el montaje con que la narración confronta, apura e incluso contradice a su protagonista.

No es fácil empatizar con un personaje como el de esta cinta y gran parte de la comicidad de las situaciones se apoya no sólo en la absorta aceptación con que el público se distancia de sus bajezas sino, especialmente, en la paulatina confirmación de su patología. Llega a ser fascinante la reveladora secuencia en que “El Naza” se desvía de su viaje en Metro para seguir a una chica e intentar seducirla. En esa explosión de incontrolable y efímero deseo de posesión su naturaleza cambia y la dimensión que adquiere el relato se proyecta hacia zonas más profundas.

En este instante el protagonista se transforma en otra cosa y la cinta se entronca con la galería de personajes psicópatas y escindidos como los que que Pablo Larraín ha modelado a partir de Tony Manero. Puede que Frölich aún no llega al extremo homicida de Raúl Peralta (Alfredo Castro en Tony Manero), pero a la luz de sus comportamientos habría que convenir que la distancia entre ambos está en el grado y no en la estirpe dañada a la que ambos pertenecen.

A mucha distancia de Te creís la más linda, Soy mucho mejor que voh ahonda en una patología que sobrepasa en hondura y dramatismo a los vaivenes de la masculinidad en crisis. A partir de esta escena en el Metro Frölich iniciará un proceso veloz de caída libre en el que irá irremediablemente cortando las ataduras a cualquiera forma de socialización hasta alcanzar un punto sin retorno.

En los últimos tramos del filme, luego de mirar lascivamente a la novia de su hijo adolescente y de quemar la última nave que le permitiría enmendar el curso de su vida, Cristóbal se aleja liberado completamente a su instinto irracional. La cinta finaliza y él ha dejado de ser el personaje que vimos al comienzo. Soy mucho mejor que voh ya no es más la película de Fröhlich. Ahora comienza otra, la de “El Naza”. La comedia terminó y se inicia el thriller.

 

 
Como citar:
Blanco, F. (2014). Soy mucho mejor que voh, laFuga, 16. [Fecha de consulta: 2024-10-09] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/soy-mucho-mejor-que-voh/712