Esta publicación propone una revisión de las bases epistémicas del cine experimental, específicamente, de las acciones creativas que lo impulsan, a saber: pensar, sentir y jugar. Esta premisa va en sincronía con las motivaciones de la filosofía feminista contemporánea, y es en este marco, que la sensibilidad ante el mundo da forma al gesto de las cinco autoras que escriben y conjugan la vulnerabilidad que implica habitar el cuerpo humano y el mundo social, con la fragilidad necesaria para experimentar con las manifestaciones fugaces de las imágenes y el mundo al que ellas pertenecen. Cada texto llama a aclarar una dimensión del cine que se ve flexibilizado y liberado de la sujeción teórica e intelectual hegemónica del ensayo, y en este formato, aparece la integración de las experiencias perceptivas, sensoriales y visuales de las autoras junto al ejercicio razonado de la escritura.
El aporte de este libro-objeto a la epistemología del cine es desde el feminismo, toma conceptos fundamentales de la filosofía del cine, es decir, el tiempo, el movimiento y el montaje, y añade la noción de cuerpos situados a la reflexión, de esta manera, se vuelve a pensar en la experiencia del cine sin perder de vista lo relativo a la comprensión de experiencias sensibles que se encuentran en desventaja, como el lenguaje corporal.
Constanza Lang da cuenta de su relación con la imagen mediante el reconocimiento de la imagen como extracto de algo mayor, un “aquello” del cual apenas se puede percibir una parte, y que, por lo tanto, no es posible de abarcar o intervenir individualmente, sin embargo, reconoce que esa parte sí es capaz de transformar a quien recibe una imagen. De esta forma, el montaje es descrito como un ejercicio de la conciencia en contacto con el flujo de la imaginación, así como también una práctica corporal. En este primer ensayo se instala la cercanía con la teoría benjaminiana de las constelaciones y la noción nunca acabada del “consciente colectivo”, presente en el Libro de los pasajes.
Valbort Esparza se sitúa en un entorno regional, no centralizado, para repasar la capacidad multisensorial del cuerpo inmerso en el paisaje y el cine. Para ella, la suma de experiencias sensibles le ha enseñado a usar su cuerpo como herramienta escritural y de traducción de lenguajes que no son solamente audiovisuales. Esta memoria sensorial, afirma, también se acumula mediante la experiencia del espectador, integrante de una comunidad.
Fanny Leiva hace un recorrido en el que revisa la animación en el cine y la esencia de este mecanismo técnico, mediante el concepto deleuziano de la imagen-movimiento. Con él, Leiva establece un puente que une, poéticamente, y citando a Raúl Ruiz, la opacidad del cine con el trabajo manual del registro. Este texto es innovador en la recuperación del uso de las manos y lo táctil en el análisis e investigación a través del cine, una idea que va en sintonía con la experiencia de su cortometraje Ojo-piel (2022).
Javiera Navarrete se enfoca en la experiencia del visionado para describir el proceso interior en el que lxs espectadores “terminan” por significar las películas. Esta traducción íntima de la imagen es, en cierta medida, comparable al mecanismo del montaje, en el sentido de que, si bien el montaje del espectador trabaja sobre una película distinta a la montada en la sala de edición, ambos procesos cuentan con un gran porcentaje de oscuridad: en el caso del cine, un cuarenta por ciento de intervalos entre corte y corte, mientras que en el otro, el inconsciente humano, un centro cifrado y clandestino, también opera en el proceso de significación. La autora hace una referencia visual a las materias oscuras del cine a través de la tachadura que superpone en todo su texto, este borrado le entrega una doble lectura al análisis que, por un lado, positiviza el poder del cine experimental de traer lo onírico a la realidad, y por el otro, se retracta para que esa idea no sea la única manera de concebir la imagen.
Carolina Rivas da cuenta de la constelación personal de imágenes de películas que guarda en la memoria, al cual llama “un pequeño archivo” cuyos rasgos se presentan como un cine encarnado y de resistencia que busca la liberación de las relaciones de poder.
En lo formal, Transcribir el fulgor transita entre el libro de ensayos, libro-objeto y el fanzine. Junto a cada texto hay una página donde se insertan materialidades distintas al papel impreso, y con ellas se abren distintos accesos a las ideas que atraviesan esta publicación, de manera tal, el lenguaje escrito es asistido por una muestra plástica que se refiere al ensayo. Por otro lado, es importante también comentar el origen regional de este libro, o no centralizado, ya que también en este aspecto se exhibe una ambiguedad lúdica que queda zanjada en la decisión de no determinar una ciudad de origen, sino una zona: la región del Bíobio.
Rioseco, C. (2023). Transcribir el fulgor, laFuga, 27. [Fecha de consulta: 2024-12-12] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/transcribir-el-fulgor/1161