Martín (Jorge Becker) es el intruso en la casa de Bruno (Cristián Carvajal), Consuelo (Blanca Lewin) y su hija Sofía, una familia santiaguina que se va a vivir por cuatro meses a Francia. “Intruso” dice el cuento del mismo título, de Alejandro Zambra (Mis documentos, 2014), escritor responsable, también, del guion del film. El texto nos presenta algunos fragmentos de lo que piensa de este hombre que perdió a sus padres y que “ha fracasado tanto como para que a los cuarenta años cuidar la casa de otro a cambio de nada sea una buena perspectiva”. Bruno y Martín actúan “como si fueran familia”, son primos en segundo grado que solo se han visto esporádicamente durante toda su vida.
Bruno recurre a Martín, porque no ha conseguido a nadie que arriende o cuide la casa. El trato cordial entre ellos es artificial, parecen vivir mundos y modos completamente distintos, no comparten nada. Los numerosos libros de Bruno y Consuelo en los estantes que a Martín no le interesan en absoluto, son el símbolo más claro de esto (al final del film, Martín los saca y los tira al piso). El fingir es un rasgo que se instala persistentemente a lo largo del film: cuando Martín ensaya ser dueño de la casa, cuando se busca a sí mismo con la ropa, el gato, la música y el entorno de otros. Y después de conocer a Paz (Gabriela Arancibia) en la calle y comenzar una relación amorosa con ella, finge ser un hombre separado, abandonado por su esposa y su hija en esta casa hermosa del barrio de Yungay. De repente, Martín vive una vida de familia con Paz y su hijo, sabiendo que solo será a corto plazo, hasta que vuelva la (otra) familia, momento en el que el intruso desaparece, dejando atrás algunas huellas e incógnitas…
En la puesta en escena del ensayo permanente de una vida pesada y liviana a la vez (que retoma el ambiente de los films anteriores de Scherson), y en la narrativa jocosa y directa, sin rodeos (que recuerda también los films de Jiménez), se manifiesta la gran audacia del film: subrepticiamente se traspasa el fingir de Martín, su modo de ser y ver el mundo, al espectador: ¿qué es una “vida de familia”? ¿Hay una forma de vida más auténtica que otra? ¿Cómo estoy viviendo y cómo quiero vivir? Preguntas que se imponen y que me acompañan con una sonrisa durante la proyección, y en las que resuenan algunos ensayos amorosos de Éric Rohmer o los juegos existenciales en el cine de Jacques Rivette (me aventuraría hablar de una “nouvelle vague chilena” contemporánea…). Y esa audacia del cine presenta también una mirada sobre la vida a los cuarenta y tantos (los creadores del film son todos de la misma generación, nacidos a mediados de los setenta): la afirmación de la vida a pesar de todo, la mentira voluntaria, una familia inventada y constituida por impulsos, caprichos, divertimentos, deseos. Abundan las escenas de sexo en la cinta, entre Bruno y Consuelo, entre Martín y Paz, y las ganas de mostrarlas constituyen un matiz de diferencia con el cuento de Zambra, que es menos voluptuoso en este respecto. En todo caso, la colaboración congeniada entre Alicia Scherson (Play, Turistas, Il futuro), Cristián Jiménez (Bonsái, Ilusiones Ópticas, La voz en off), y el poeta, novelista y ensayista Alejandro Zambra parece algo natural y prometedora. Un primer resultado es la participación en la competencia internacional del Festival de Cine Sundance 2017.
Bongers, W. (2017). Vida de familia, laFuga, 19. [Fecha de consulta: 2024-10-05] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/vida-de-familia/841