“Rodar es ir a un encuentro. Nada en lo inesperado que no sea secretamente esperado por tí” Notas sobre el cinematógrafo . Bresson
No es solamente el silencio constante, tampoco los largos travellings . No es sólo la ausencia de acción narrativa durante largas escenas, ni es el tempo lento y continuado de la diégesis. La soledad invade, tiñe al film y por extensión obligatoria a quienes estamos en la butaca. La soledad según Tsai Ming-Liang nos encuentra paradójicamente en el cine.
May Lin, Hsiao-Kang, Ah-Jung , tres personajes que logran sobrevivir pese a su soledad constitutiva, coinciden en un espacio común, el apartamento en las afueras de Taipei que May promociona como agente inmobiliaria, y sin embargo no se conocen. La dificultad por trascender el Yo y penetrar en el otro está dada en estos tres personajes gracias a la costumbre de estar solos. Interactúan desde la indiferencia, la incomprensión y la ignorancia del otro. Y de cada uno de ellos mismos.
El amor, mejor dicho, la posibilidad de amar, está siempre latente pero nunca manifiesta. El título del film se convierte en un oxímoron brillante. El sexo se transforma en un encuentro casual de seres que no emiten una palabra, que no se conocen, que están solos incluso en ese momento. No hay reciprocidad, o no parece haberla -el final de la película instaura una leve duda sobre el verdadero sentimiento de May-, el placer se esfuma y queda el vacío, la nada de la existencia. En el mismo sentido, la masturbación, la homosexualidad y sobretodo el disfraz (me refiero a Hsiao-Kang transvestido de mujer) hacen su aparición más sincera, más honesta, al igual que el cigarrillo, compañía fiel de los tres personajes.
La soledad construida a partir de la ausencia de diálogos personales y profundos, la incapacidad de verbalizar sobre los sentimientos, la trivialización del sexo, en fin, la vida cotidiana de estos personajes no puede dejarnos indiferentes. Tsai Ming- Liang demanda un abordaje que inevitablemente tiene su punto de partida, y posiblemente de llegada, en la recepción.
No sé qué puntualmente del film me entristeció tanto, tampoco logro decodificar otro mensaje oculto, si es que existe, dentro de la narración. El rechazo que me provocó la represión natural de los personajes me cuestionó. El vacío se apoderó de mí, como se convirtió en la característica principal del relato, de la cámara ralentizada , de los esquivos primeros planos. Un vacío inexorable, sutil, disimulado, que no contiene juicios de valor, ni mensajes de amor frustrado, ni triángulos amorosos corrompidos. Es la soledad de lo cotidiano, de la mediocre meta a alcanzar, de la ciudad, de la compra y venta, de la sexualidad incomprendida, es el vacío “moderno” que no provoca la catarsis pero que angustia silenciosamente.
El vacío no impide que la vida continúe, camina con ella, esta es su mayor victoria. Ya no provoca en los personajes cuestionamientos existenciales, ni conductas esquizo, ni tendencias suicidas reales, ni amores obsesivos. La vida de estos personajes discurre, mediocre, dolida, eterna. No hay acción narrativa sencillamente porque los personajes no son dignos de ella, porque lograr penetrar a través del vacío requiere de inacción y de silencio. También por ello el menor acto, el menor impulso -el beso robado de Hsiao-Kang a Ah-Jung- emociona y golpea.
La soledad que pinta Tsai Ming Liang arrastra no como un tornado sino como un viento constante, persistente y duradero. La soledad de los espacios compartidos –la del cine- es la de siempre, la diaria. El llanto final de May que parece eterno, es el llanto provocado por la imposibilidad de revelarse frente a la soledad. Ese llanto es su paradoja. Se convierte en una rebelión. Puede que entonces no todo haya caído en el Vacío.
—
José, M. (2005). Vive 'l amour , laFuga, 1. [Fecha de consulta: 2024-12-14] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/vive-l-amour/194