“El cine y la libertad de la mujer”

Especial Archivos i letrados

Por Mimi Hübner Richardson

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Alegato feminista construido con la usual ironía que Mimi Hübner utilizó como estrategia discursiva en sus crónicas aparecidas en la revista Hollywood. Pocos son los datos biográficos que se conocen de esta american girl –como se la llamó en esta misma revista–: se sabe que fue hermana del escritor y periodista Manuel Eduardo Hübner, cercana al círculo intelectual de Pablo Neruda, que fue nadadora y una entusiasta del box. Texto publicado originalmente en febrero de 1927 en la revista Hollywood n°4, y reproducido en el capítulo “Crítica y crónica” del libro Archivos i letrados. Escritos sobre cine en Chile: 1908-1940.

El cine no tolera la libertad de la mujer actual; yo tampoco. Como ejemplo recordemos estas tres películas: “Hijas Pródigas”, de Gloria Swanson; “Sandra”, de Bárbara La Marr; “Pasionaria”, de Pola Negri. En la primera vemos a dos lindísimas flappers descolocadas y frívolas; fuman, beben, regresan a casa en la madrugada, besan a los amigos y a los maridos (de las demás, naturalmente). Pero, es poca cosa; ellas son avecitas prisioneras en la jaula dorada de su palacio de la Quinta Avenida. Huyen. Y esa libertad tan ansiada, las golpea brutalmente hasta hacerlas regresar a esa jaula dorada, que solo aprisionaba la felicidad.

En “Sandra”, una esposa, esa “eterna incomprendida”, huye hacia otros horizontes en busca de esa comprensión, que le niega su buenísimo esposo. Un desengaño, otro y otro más. Y, abatida, corre a refugiarse en el abrazo noble y fuerte del marido.

Pola Negri, en “Pasionaria” es la muchacha vehemente y audaz que no pudo ceñirse a la severa tradición del escudo de familia. Libre ya, ¡cuánto sufre! hasta que la felicidad la sorprende, esclava sumisa del hombre a quien ama.

Y así vemos en cada film, que el cine condena la libertad de la mujer. Y con razón. ¿Para qué queremos libertad nosotras las mujeres? Es un juguete demasiado complicado y no sabríamos qué hacer con él.

Llamamos libertad, todo aquello que tiende a masculinizarnos; de ahí, las cabezas garçonne, los cigarrillos, el cocktail, el traje smoking.

Queremos ir a la oficina, queremos “tener aventuras”, queremos ser ministros, queremos “igualarnos al hombre.” Esto es absurdo; es contravenir las leyes de la naturaleza. ¿No nos bastan tres mil años de historia, para convencernos que el hombre ha sido siempre el amo, desde los tiempos caldeos hasta nuestros días? El hombre, el amo, carga a su espalda la responsabilidad de dirigir, de guiar, de mantener. Nosotras nos limitamos al dulce deber de dejarnos llevar a través de nuestra existencia. ¿A qué conducen las rebeldías? Solo a alejar más aún al presunto “marido”, ansiado, perseguido, y destinado el pobrecito, a cargar legalmente con nosotras, insoportables chicas modernas.

Pretendemos desmoronar mil novecientos años de civilización; y cuando seamos “libres”, “iguales al hombre” seremos tan desgraciadas que nos dejaremos crecer el cabello para que los hombres nos arrastren, como en la edad de piedra. ¡Dichosos tiempos aquellos!

El poeta ha dicho: “¿Qué es la felicidad?, nadie lo sabe…” Yo sí lo sé. La felicidad es: el marido, unos cuantos hijos, afanes domésticos, sumisión, lealtad, paz y cariño hasta el resto de nuestros días. Puede resumirse en una sola palabra: “Hogar”.

 

 
Como citar:
Hübner, M. (2012). “El cine y la libertad de la mujer” , laFuga, 14. [Fecha de consulta: 2024-04-19] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/el-cine-y-la-libertad-de-la-mujer/578