¿Cuál de las memorias del personaje de Schwarzenneger en Total Recall (Paul Verhoeven, 1990) es la real? ¿Es justo juzgar a las personas por crímenes que aún no cometen? ¿Sueñan con ovejas eléctricas los androides? Todas estas preguntas fueron formuladas primero por Philip K. Dick, autor norteamericano del siglo pasado cuya imaginación singular ha alimentado más de trece películas. Tomar una de sus historias como punto de partida para un filme es un sello de sofisticación; implica hacer una ciencia ficción de ideas y no sólo de maquetas y post producción.
Lamentablemente el resultado final es bastante más aguado y simple que lo que se espera. Parece ser que los estudios no son capaces de abrazar completamente la ambigüedad moral, ética y lógica de Dick, ni de encariñarse con sus protagonistas simples, hombres pequeños sin grandes respuestas ni coraje. A los productores les cuesta aceptar lo francamente extraño y original que era Dick, y necesita situarlo dentro de una de sus categorías prefabricadas.
Tomemos por ejemplo Blade Runner (Ridley Scott, 1982), que quizás es la que mejor traduce la ambigüedad moral de la novela original Do Androids Dream of Electric Sheep?; más allá de ser una simple fábula en torno a los robots con forma humana, tiene como contexto un mundo futuro en que la moralidad y la ética se mueven entre una reverencia exagerada hacia los animales y una pseudo experiencia mística tipo reality-show, lo que lleva a Rick Deckard, el protagonista, a vivir preocupado de juntar suficiente dinero para comprar una oveja real, donde los reparadores de animales falsos se disfrazan de veterinarios para mantener la ilusión, y el mayor terror del caza-androides y su esposa es que los vecinos descubran que la oveja que pasta en su techo está rellena de cables y circuitos.
Para la película esto era demasiado ambiguo, demasiado humano, y Deckard se transforma en un simple detective a lo Philip Marlowe, un cliché de Film Noir, hombre duro y silencioso que hace cualquier cosa por alcanzar su objetivo y al final siempre se queda con la chica. La tensión psicológica irresoluta del cuento en torno a qué constituye lo auténtico, tanto en los seres humanos, androides u ovejas eléctricas, se simplifica y amarra en una frasecilla final, “no sabemos cuanto tiempo le queda, pero bueno, nadie lo sabe”, o algo igualmente cursi.
Dick inventaba mundos inestables -como decía, “que se desmoronan en dos días”-, extraños e ilógicos, que incómodamente nos recuerdan aquel que habitamos. No sólo extrapolaba el desarrollo científico y tecnológico, como la mayoría de sus colegas, sino que la evolución moral y psicológica de las personas y sus sociedades. Los poblaba con hombres y mujeres que no eran héroes de acción ni emperadores galácticos, sino hombres comunes, preocupados por pagar el arriendo e impresionar a sus vecinos, inmersos en realidades retorcidas e inexplicables, cuya perversidad radicaba justamente en su familiaridad. Los protagonistas de Dick son en general paranoicos, pero tienen razones para serlo.
Algo de eso queda en Total Recall (El vengador del futuro), basada en el cuento We Can Remember It For You Wholesale. No se pierde completamente la persecución ni el sentido de estar envuelto en un complot manejado por hilos invisibles, pero se disuelve en el esquema tantas veces visto de film de acción, con un protagonista musculoso y experto en armas, que no habla mucho pero siempre tiene una frase “graciosa” que decir a modo de epitafio de sus antagonistas. La sutil violencia psicológica y social, la sensación de persecución invisible, se plasman en violencia y persecución literal y tonta.
A Dick le gustaba crear puzzles morales, pequeñas paradojas legales o tecnológicas y llevarlas hasta su última consecuencia. Le gustaba torturar a sus personajes, hacerlos perderse dentro de estos laberintos sin que necesariamente encontraran la salida al final de la historia.
En Minority Report (Steven Spielberg, 2002) el sofisticado juego jurídico de la historia homónima tiene el espacio y el protagonismo necesario para desarrollarse, la pulcritud y aerodinamismo de todas las superficies ayudan al ambiente general de sobre-control y manipulación, y Tom Cruise, a pesar de calzar perfectamente con el macho alfa típico del cine de acción, es lo suficientemente actor como para llevar una película de ideas.
Pero por alguna razón, quizás un problema de marketing y segmentación, la ciencia ficción en el cine siempre es llevada a su expresión más simple y prepubescente, a balazos, monstruos y mujeres enfundadas en lycra. No es que eso tenga algo de malo, pero la otra ciencia ficción, digamos la escrita después de 1950, de preguntas difíciles, parece aún no haber sido leída por los guionistas.
Al final de Waking Life (Richard Linklater, 2001) el propio Linklater se le aparece al protagonista y, mientras acumula puntos en una máquina de flipper, le habla de Philip K. Dick. Es un monólogo largo acerca de la naturaleza de las cosas, de como Dick se había dado cuenta de que una escena en una novela suya seguía la trama de un libro de la biblia que él no había leído antes de su publicación, y de como años después a él mismo le había ocurrido esa misma escena, en su vida real; todo esto lo había llevado a darse cuenta que el tiempo es una ilusión, que vivimos todos en Palestina en los años después de la muerte de Cristo y en el fondo que las cosas no son tan así como parecen ser.
Ahora, cuatro años después, Linklater está terminando una película, hecha con la misma tecnología de rotoscopeo usada en Waking Life, basada en A Scanner Darkly, magistral novela de paranoia y drogas del mismo Dick, cuyo protagonista es un policía encubierto, infiltrado en una banda de traficantes con tal éxito y dominio de su papel que él mismo se olvida de que es un policía, y pasa la mitad de sus días preocupado por la idea de que en su banda de traficantes hay un infiltrado y la otra mitad (como policía) sospechando que él (como traficante) es el jefe de la banda y al que hay que vigilar con mayor acuciosidad, y así en un circuito continuo y cerrado.
¿Coincidencia? No lo creo.
Que sea Linklater el director me tranquiliza. Me da esperanzas.
Primero por lo ya dicho, que claramente ha leído y pensado acerca de Dick. Dos, porque Linklater no le teme ni a los hombres comunes ni a las filosofías idiosincrásicas, ni tiene problemas en destinar largos planos a su exposición. Tres, porque en Dazed and Confused (1993) dejó claro que la cultura de las drogas no le resulta poco familiar, y A Scanner Darkly (2006) es primero que nada una volada en mala, una exquisita y autoreferente fantasía de persecución de la que uno despierta para darse cuenta de que era cierto, que de verdad hay unos tipos afuera tratando de matarte.
Quizás podamos por fin ver una película fiel a Dick, sucia y desarticulada, sin finales fáciles ni explicaciones simples. Que nos deje algo incómodos y molestos, mirando un poco chueco al vecino de butaca. Y a pesar de haber visto solo un trailer de A Scanner Darkly, tengo confianza en Linklater, siento un cierto optimismo, algo paranoico claro, pero optimismo al fin.
Culagovski, R. (2005). Las películas de Philip K. Dick, laFuga, 1. [Fecha de consulta: 2024-10-09] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/las-peliculas-de-philip-k-dick/92