Dominga Sotomayor filma relaciones: amorosas, familiares, de amigos, de hermanos, y lo hace siempre concentrándose en su superficie, en lo que se hace visible desde afuera, guiando la mirada del espectador por un trayecto en cuyo final nada se esclarece. Filmó el fin de la relación de unos padres, desde la perspectiva de los niños, en De jueves a domingo, su ópera prima. Y lo hizo también en varios de los cortos realizados en la época de estudiante (Noviembre, Debajo). En La isla (2013), un cortometraje codirigido con la polaca Katarzyna Klimkiewicz, aparecen la madre, los hermanos, los amigos. La cámara de Sotomayor se pasea entre los personajes y el paisaje, sin preocuparse por subrayar nada, aunque sí habituándose a capturar gestos, miradas, complicidades, aquello que resulta implícito y latente en toda relación, aunque no siempre ello sea evidente.
En este último filme, Martín es Mar (así le dice su novia y su madre) el protagonista, que viaja con su novia al balneario argentino de Villa Gessel. Ahí también está el mar, como escenario veraniego enmarcado por extensas arenas, dunas y bañistas. A la playa van Martín y Ely, la novia. Luego se suma la madre de él. Martín pide que lo miren cada vez que va a bañarse, “voy al mar, ¿me miras?” repite. Las primeras veces la novia hace como que lo mira, pero presta poca atención. Cuando la madre los acompaña a la playa, lo mira sin que Martín alcance a pedirlo. Así, como con cuentagotas, nos vamos enterando de ciertos aspectos, guiños a las personalidades de cada uno –especialmente de la madre y del hijo– a los vicios familiares.
El filme avanza con bajo voltaje, se despliegan los días de las vacaciones (3, 4…¿10?). Ely lee las noticias, el horóscopo. Luego se aburre, se quiere ir, aunque al final se queda. Él se insola y se siente mal durante un día. Se reúnen con los vecinos y festejan y bailan. De repente, pequeños dramas entran en escena, afectando sutilmente las vacaciones. Llega la madre, una mujer ácida, divertida, que curiosamente logra sacarlos del ensimismamiento apabullante en el que están inmersos.
Detrás del filme la historia es otra: es la de un grupo de amigos (chilenos y argentinos), que viajan juntos a Villa Gessel, elaboran un guión mínimo (10 páginas escritas solo una semana antes del rodaje) y graban durante ocho días, durmiendo en la misma casa en la que transcurre parte de la acción. Todos en el equipo hacen de todo un poco. Entre medio (en pleno período de rodaje) cae un rayo en el mismo balneario donde filman, un drama que deja a varios muertos, Dominga y su equipo integran la noticia sutilmente en el metraje, sin desviar la acción de sus personajes, aunque implícitamente, proponiendo un cambio de escala al agobio de estos.
El resultado es Mar, un mediometraje ligero, divertido, que se debate entre los momentos de agotamiento de una pareja joven paralizada en una relación sin movimiento, y los eventos más sociales, donde los amigos conversan, discuten, se cuentan anécdotas, tocan guitarra, bailan. Las vacaciones se sintetizan en una hora que se hace breve para el espectador, la rutina no llega a hacerse tediosa, porque se interrumpe por bailes o flujos de alcohol coronados con anécdotas divertidas. Es como un cuento breve, que se lee en un momento y deja con gusto a poco; un cuento de verano, podríamos decir, sin olvidar a Rohmer, y tal como ocurre en sus películas, acá queda un gusto a brisa fresca.
Urrutia, C. (2015). Mar , laFuga, 17. [Fecha de consulta: 2024-12-13] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/mar/742