Mientras leo la entrevista que Carolina hizo a Justin Rice, protagonista de Mutual Appreciation (2005) y secundario en Funny Ha Ha (2002), trato de pensar como quiero escribir sobre las dos películas de Andrew Bujalski que se exhibieron en el Sanfic recién pasado. Por ejemplo, me gustaría comenzar diciendo que Mutual Appreciation era la película que merecía ganar la competencia internacional, al menos si uno la compara con la festivalera En el hoyo (Juan Carlos Rulfo, 2006), pero eso daría para otros temas de escaso interés, especialmente si ya han pasado varios días desde que la premiación despojo a mis candidatas. Además, sigo digiriendo otras películas interesantes como Old Joy (Kelly Reichardt, 2006) Crossing the Bridge (Fatih Akin, 2005), The Perfect Couple (Kim Jeong-Woo, 2007) y tratando de olvidar otras varias, especialmente latinas.
Sobre esto último, sigo rabiando por cintas como Dependencia sexual (Rodrigo Bellot, 2003) y Madeinusa (Claudia Llosa, 2005), que utilizan una antipatía continental tercermundista contra “el imperio”, para así satisfacer cierta demanda europea de protesta de los oprimidos, cuando en realidad todo se trata de validaciones auto-complacientes y nulas ideas visuales que sean realmente transgresoras y rebeldes.
En ese contexto era casi ilícito disfrutar de cintas como Mutual Appreciation o Funny Ha Ha, especialmente si en la sala del lado pasaban una retrospectiva de cine cubano. Sin argucias narrativas ni barroquismo visual, pero tampoco abusando de la exasperante sobriedad y parsimonia del cine sobre adolescentes tipo 25 Watts (Pablo Stoll & Juan Pablo Rebella, 2001) o Jarmusch, las películas de Bujalski son, en primer lugar, simpáticas y encantadoras. Y como carecen de opiniones sobre la Ocupación u otras contingencias de malestares sociales, estos filmes se ocupan de la verdadera contingencia; ese aburrimiento ineludible del presente, la fatalidad de esos momentos decisivos que deben vivirse únicamente para luego arrepentirse de las decisiones tomadas, y caer de nuevo en esa eterna disponibilidad del que no tiene nada mejor que hacer que esperar, llegar, besar, beber, como un perfecto curioso y simpático impertinente.
Es difícil saber de que se sirve más Bujalski para contar sus historias; si de una insaciable cinefilia o de una ávida recopilación cotidiana. Lo más justo sería decir que ambas. Y dentro de esa misma cinefilia las fuerzas también están en reposo. Porque si por un lado la cinta exuda Linklater y Cassavetes a caudales, también gotea, sobria y geométricamente, aquellos axiomas relacionales de Rohmer, aunque claro, en el caso de Bujalski la ecuación está escrita en el pizarrón con las inexactitudes decimales propias de un Cheever recién expulsado de la escuela.
Y cuando te expulsan de la escuela, es probable que termines en una tocata donde escucharás una banda que cambiará tu vida.
Aunque claro, cuando llegas a una tocata es difícil saber si va a estar buena. Generalmente hay mucha expectativa pero también bastante incredulidad y prisa por ir a otro lado, especialmente si sólo estás ahí para cumplir con un amigo, supongamos el bajista del grupo.
Del mismo modo, supe que Mutual Appreciation era una buena película desde que sentí que la escena de la tocata sería buena. No sólo bien filmada, editada, etc. Sino que, suponiendo que yo estuviera en el bar justo cuando Alan inicia el estribillo de su primera aparición neoyorkina con los Bumblebees, supe que me quedaría a escuchar el resto, que tomaría varias cervezas y que trataría de tomar alguna con el carismático vocalista. Y la verdad es que algo así ocurrió realmente, porque Justin Rice (Alan en la película) se dejó acompañar varios tragos parduscos en la fiesta de clausura del SANFIC; de hecho, llegué justo a felicitarlo cuando se estaba bajando al seco un vaso lleno, sin inmutarse, ni siquiera un solo tiritón. Y mientras lo observaba, rodeado de sus amigos-intérpretes chilenos se me ocurrió que la tocata-película de Bujalski ya había terminado, y que él, cual bajista taciturno ya se había retirado, y en cambio había dejado al rock star de la banda para festejar y cumplir con todo el protocolo licencioso. Pero para nosotros, los pocos, los afortunados que estuvimos en la sala, Bujalski era el amigo por el que habíamos ido. El nos había puesto en la lista.
En este sentido, las dos películas de Bujalski dan la sensación de que todos están en las listas de todos. Las entradas y salidas de cuadro son constantes, el espacio fílmico es como una ciudad de puertas abiertas, como si en el rodaje mismo de la película no hubiera sido necesario pedirle permiso a nadie para entrar a cual o tal lugar, porque cada lugar corresponde a un amigo que deja pasar al director y a sus personajes para que algo no se detenga, como en ese juego que consiste en que la pelota no caiga. Como una corriente de aire que es necesario dejar circular, tanto Funny Ha Ha como Mutual Appreciation crecen al pasar, libremente, de un espacio a otro; fiestas de chicas con pelucas, casas de amigos a medianoche, el loft de un exitoso amigo de tu padre, trabajos temporales de oficina; nadie impide entrar a nadie, tampoco te detienen si te quieres ir. Y creo que sin esa primordial dificultad de acceder a los espacios, -que es lo que genera, en muchos casos, la sensación de drama, de motivación, elección y toda aquella escala jerárquica que caracteriza el cine de conflicto central- los personajes de Bujalski (y el mismo) fragmentan sus problemas dentro de cada espacio y lugar por el que pasan, y dejan algo, un beso poco convencido, un tatuaje jamás hecho, una botella rota desesperada, roces, miradas furtivas, dejan a chicas y también a chicos, en autos, dejan pequeñas traiciones a sus amigas, porque cualquiera puede entrar a ese auto, porque nadie es dueño de las puertas ni de los besos. En estas películas nadie posee la ciudad, no hay padres, no hay inquisidores morales, no hay terrorismo. Sólo hay grupos, tribus, pequeños circuitos urbanos que trazan insípidos devenires entre bares, casas de amigos, parques etc. Cada circuito posee su propio lenguaje, aunque el lenguaje mismo, al igual que el espacio, se fragmenta en tartamudeos, muletillas y silencios incómodos. No es un lenguaje unificador, significador, sino que diferenciador, individual. Los personajes de Mutual Appreciation son más discursivos que los de Funny Ha Ha. Lo más probable es que no se llevarían bien unos con otros. Las poleras largas de Marnie en Funny Ha Ha crean una ciudad nueva, o más bien nostálgica, libre de modas o indicadores temporales; para ella y sus amigos de oficina, de la universidad, el 11S no ha existido, lo único que le importa a Marnie es cumplir con la lista de prioridades que anota en un block; dejar de tomar tanto, practicar deportes, hacerse amiga de la supervisora en la biblioteca donde trabaja. Y claro, estar con Alex.
Chejov tiene una hermosa fórmula, según la cual un escritor debe abstenerse de poner muchos personajes y situaciones en escena para concentrarse en lo esencial; Él y Ella.
Tanto en Funny Ha Ha como en Mutual Appreciation las situaciones sociales se desgranan sutilmente para concentrarse en aquello. Y es en la búsqueda del momento para estar a solas con ese alguien indicado cuando la ciudad y sus multitudes desaparecen; la cámara se cierra y olvida los grandes planos generales para dejar circular los personajes en su justa medida, ni muy cerca ni muy lejos; el plano medio por excelencia. Así de simple es el cine de Bujalski: acompañarlos cuando Él y Ella están solos, envidiarlos cuando están juntos.
E., J. (2005). Mutual Appreciation & Funny Ha Ha, laFuga, 1. [Fecha de consulta: 2024-10-11] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/mutual-appreciation-funny-ha-ha/47