No cabe duda alguna que Rabia (Óscar Cárdenas, 2006) se enmarca dentro del circuito de películas chilenas que anteriormente denominé como “el cine under chileno”. Estas son películas que, frente al desarrollo de un cine oficial y sus millonarias inversiones en publicidad, quedan automáticamente relegadas a los circuitos alternativos y a los públicos minoritarios. Así, nunca en la historia del cine chileno el mercado se había dividido en dos: el cine oficial y el cine “under”. Quizá sea demasiado pronto para clasificar las temáticas que cada uno aborda más en profundidad. La tendencia indica que el cine “under” es menos políticamente correcto, más arriesgado, menos convencional e incluso más comprometido con cierta causa social.
Este es el caso de Rabia que, menos preocupada de entretener, se emparenta con el cine social chileno de fines de los sesentas y principios de los setentas. La película retrata el camino de Camila Sepúlveda, una secretaria de clase media en busca de trabajo, la espera en los pasillos, las conversaciones con otras postulantes, la competencia, las entrevistas, el maltrato laboral.
En un movimiento arriesgado, coherente y poco visto en la filmografía local, el relato decide hacerse tan tedioso como la búsqueda misma: tomas largas, momentos de silencios, acciones fuera de campo. Estéticamente, lo que para muchos puede parecer un manifiesto de no forma, adquiere su estilo propio.
En este sentido, dicho estilo está directamente relacionado con la estrategia de rodaje que caracteriza a este tipo de películas, esto es, el llamado pie forzado. Seguramente por razones económicas, Rabia fue concebida para ser grabada en tres días. Pero en algunos casos, lo que podría entenderse como la marca registrada de una película de bajo presupuesto, se transforma en su peor enemigo. Rodar contra el tiempo, en locaciones reales no intervenidas, con un equipo reducido y apelando a la creatividad, no debería ser sinónimo de improvisación ni menos de resultados a medias. Como largometraje de ficción y para no transformarse en una documentación de la grabación de una película, Rabia hubiese requerido necesariamente de más ensayos, de ajustes narrativos y de intervenciones en pro de la construcción deseada de esta ilusión. En estos casos, cuando elementos de primer orden como la fotografía y el sonido no son del todo manejados, el trabajo de actuación, de gestos y de voz se convierte en el elemento esencial. Y en Rabia, este peso recae principalmente sobre la actriz principal (Carola Carrasco), que está durante todo el filme frente a las cámaras, logrando transmitir al espectador cierto estado de inseguridad, desesperanza y frustración.
Rabia resulta un interesante experimento como historia que se deja narrar casi sin intervenciones, muy cercana al naturalismo propio del documental. Pero al hablar de películas de ficción, resulta indispensable ajustar ciertos elementos propios de la invención de un mundo en donde se representan hechos cotidianos que identifican al espectador. A mi juicio, esta es una premisa básica para que el “cine under” se fortalezca (no por eso dejando de lado su compromiso político-social), alcanzando y descubriendo otros públicos con este tipo de intereses.
Cubillos, V. (2008). Rabia , laFuga, 7. [Fecha de consulta: 2024-11-15] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/rabia/116