Dos protagonistas, Isabel y Esteban, articulan el relato de Sin norte de Fernando Lavanderos. “Y aquí estoy yo en la oscuridad”, canta ella, mientras emprende un viaje, en apariencia sin destino claro, hacia el norte. Él, por su parte, en una escena de corte “masculino”, le explica a sus amigos, mientras ellos se burlan de él, que Isabel, que acaba de dejarlo, es diferente a otras mujeres, la “mina no es loca”. Partiendo desde estas dos escenas, el viaje de Julia gatilla el viaje de Esteban, erigiendo, desde el comienzo de la película, la oscilación, precaria e inestable, entre la falta de horizonte en el viaje y la construcción de un relato en el devenir de la búsqueda de Isabel. De esta manera, ambos viajes fluctúan entre una suerte de road movie y de registro documental en movimiento, con fragmentos de secuencias imperfectas, mediadas por dispositivos digitales de Isabel y Esteban, y otros guiños documentales en ciertos encuentros con algunos personajes.
En su tozudo tránsito de perseguidor, Esteban se transforma rápidamente en un espectador de lo que Isabel le envía, revisando con atención los videos en su tablet. En ese sentido, Esteban se constituye como una variante de detective sin método, cuya exploración por el norte avanza hacia el desierto de manera torpe y a ratos mentirosa. Esto último debido a que cada vez que pregunta por ella, modifica el relato, afirmando que se trata de una simple amiga o que es una mujer que le debe plata. En sus movimientos y acciones Esteban pone de manifiesto una personalidad un tanto plana, amarrada a Isabel, sin espesor humano. No obstante, luego se va ofuscando, ganándose problemas de modo gratuito, primero con un travesti y luego con un grupo de hombres en una shopería. Sin dudas, la empatía no es el terreno más seguro para Esteban. Pareciera ser que se inventa un amor, primero, desde un deseo y entrega, cuya motivación es desconocida, y luego desde la obsesión que lo vuelve un poco hostil.
En tanto, las imágenes que filma Isabel con su celular se vinculan con escenas y relatos populares cotidianos, de provincia, del paisaje árido por el cual transita. En esa línea, se establece una secuencialidad sugerente, en apariencia nimia y azarosa. Ella experimenta con una cámara digital, grabando escenas en las que ella es la protagonista o el paisaje, y otras entrevistando gente, poniendo de manifiesto ciertas problemáticas sociales en relación a la identidad nortina o de formas libres de vida, como la mujer de los perros que canta “Libre” de Paloma San Basilio. De esta forma, la personalidad de Isabel se va construyendo como una especie de Maga cortazariana, con un encanto difuso y ambiguo.
En general, el doble juego del “sin norte” que realiza Lavanderos, apuesta por la nimiedad del motivo del viaje y una contigüidad de escenas y cuadros, en apariencia casuales. Una suerte de cine de la deriva o que ve en la deriva la posibilidad de autoconstrucción del relato. En un trabajo anterior de Lavanderos, Y las vacas vuelan (2004), el relato se articulaba desde una secuencialidad sencilla, desde Kai, el cineasta danés que busca en Santiago a la protagonista de su cortometraje, búsqueda y grabación que ocupa los sesenta minutos de la película, una suerte de registro, en apariencia aleatorio, centrado en dar cuenta del proceso de la filmación. En Sin norte, sin preguntarse por el proceso cinematográfico y sin caer en el registro documental del paisaje, Lavanderos repite el gesto de estar frente a un relato que se configura desde un objetivo nimio, logrando erigir un norte simple desde un paisaje árido y relatos poco atractivos.
Pareciera que en Sin norte Fernando Lavanderos apuntara hacia la desactivación de toda aspiración épica del viaje, de un cine dinámico y tradicional. Por el contrario, Lavanderos apela al devenir de la acción y el montaje secuencial, exacerbando un tono que podría ser comprendido como improvisado, a partir de la disolución de los ritmos temporales de un cine clásico, y restando importancia a la estructura de un guión perfecto. En sí, Sin norte, busca hacer de esa falta de horizonte una estética de construcción del relato, incluso con un final convencional, que daría con el “norte”, pero que en ese mismo gesto, sorprende, ya que desde ese encontrar lo deseado, apela a entender que no hay espectacularización en el relato, todo pasa, todo es normal, por lo que la estética sin norte no sería otra cosa que la de la sencillez, la de las búsquedas y respuestas simples, y su cine, el devenir de ese proceso.
Valenzuela, L. (2017). Sin norte, laFuga, 20. [Fecha de consulta: 2024-10-10] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/sin-norte/864