En menos de treinta años, hemos protagonizado un proceso de desarrollo tecnológico sin precedentes, que opera en distintos órdenes y que afecta al ser humano en su totalidad. Siguiendo a Stiegler (2002), y la trayectoria de orden antropológico desde Leroi-Gouran que él plantea, el proceso de creación, adaptación y exteriorización del cuerpo en aparatos es clave para la comprensión evolutiva de la especie. Podemos sin duda decir que esta tecnomorfosis se ha acelerado en dispositivos y neo-prótesis particulares en un muy corto tiempo, deviniendo especialmente las tecnologías de comunicación e información en mediaciones que nos permiten experimentar lo que Mc Luhan (2002) anticipaba como “tiempo- luz”, la casi instantaneidad.
No debemos olvidar, en este punto, que el panorama descrito se inscribe además en un capitalismo de orden planetario, el cual modula la acción hacia un consumo desatado de aparatos y programas diseñados especialmente para canalizar el deseo en un movimiento global de compra y venta que diluye aún más las fronteras entre cuerpos orgánicos y cuerpos objetuales, personas y productos, volviendo el contexto contemporáneo aún más complejo.
Y agreguemos un ingrediente más a este caldillo postmoderno: en menos de un año hemos sido azotados por una pandemia mundial, la crisis sanitaria del COVID 19, que como sabemos no sólo ha afectado al ámbito concreto de la salud, sino a la economía, a las propias tecnologías y a los modos muy concretos en los que vivimos la vida: la reclusión, la asepsia y el distanciamiento, sumados a la militarización del espacio público y las “nuevas” estrategias de control en curso, claramente nos sitúan en un escenario distópico donde los límites entre ciencia y ciencia ficción una vez más demuestran sus grietas.
Es en este –por decir lo menos “bizarro”– contexto que me interesará analizar algunos de los cambios que he percibido afectan a la sexualidad humana en lo que en mi investigación he llamado un mercado sexual y una economía de los afectos. El panorama de las citas digitales (o del cortejo 3.0), exacerbado en pandemia dada la imposibilidad del contacto/encuentro físico ha activado y re-activado formas de relación tecnosexual específicas que debemos analizar teniendo en cuenta la especificidad técnica de las interfaces en juego, la del momento sociohistórico, y la de una filosofía (o un pensamiento) transdisciplinar sobre la técnica, variable desde la que la propuesta de Bernard Stiegler ciertamente entrega luces interesantes para desvelar el misterio.
En esta línea, me interesa señalar que el análisis que propongo, y que ha caracterizado mi trabajo de investigación sobre cuerpos y tecnologías, coincide con una matriz de raigambre esencialmente materialista y performativa, lo cual coincide con la premisa básica de lo planteado por Stiegler (2014) en términos de considerar una organología, vale decir, “una forma de pensar la coindividuación de órganos humanos, órganos técnicos y organizaciones sociales”. Del mismo modo, la consideración encarnada, simbólica y estética que propone el autor sobre los aparatos, en términos de la generación de una “genealogía de lo sensible”, serán fundamentales para pensar la historicidad del deseo y el placer transhumanos.
En este punto, es importante considerar las afectaciones de los órganos de los sentidos que desde el siglo XIX en adelante, según Stiegler (2014), se inscriben una “mecanización” que separa inevitable y definitivamente, a productores y consumidores de lo sensible. De ahí en adelante, se observa: “una determinación estética de las industrias culturales en la que el objetivo fundamental será, en tanto marketing (publicidad), la lucha de la gran industria por capturar las conciencias para el consumo y la “sincronización” general de las conciencias, es decir la destrucción de la singularidad, unido ello a un desajuste, a una separación entre sistema técnico y sistema social”. (Michell, 2006)
Volviendo a las aplicaciones móviles de citas o dating apps, debemos notar cómo ellas se insertan en este escenario de marketing y consumo globalizado, en este caso, respecto de las industrias de la entretención. Esto es interesante ya que nos permite entender un escenario particular para las prácticas sexoafectivas contemporáneas influenciadas por estas lógicas. Diversión, lujo, moda, exotismo, rápido desecho, alta intensidad, velocidad e inmediatez, etc. serán así algunas de las cualidades que reconfigurarán nuestro deseo/placer a través de diversos aparatos y sus interfaces específicas.
Para empezar a diagramar este análisis, quisiera proponer, nuevamente desde la organología, el entendimiento de los celulares (y sus aplicaciones) como nuevos órganos sexuales “fuera del cuerpo”, cuestión que me parece aporta interesantes perspectivas para incorporar su uso a las prácticas sexuales. Para ello, la noción de neo- protesización proyectiva que he elaborado en mi tesis (Radrigán, 2015) nos sirve para entender –en este caso al teléfono celular– como una extensión artificial inédita de la corporalidad, que extiende la necesidad humana de proyectarse vía la técnica hacia un contexto global de mediatización y distribución digital de la información: “Hablamos de de un cuerpo que es potencialmente capaz de trocarse en bits y exhibirse y expandirse a través de pixeles gracias a un aparato de alta complejidad. Un humano con la potencialidad de traducir, mediatizar y proyectar su misma existencia hacia otro plano de la realidad.” (Radrigán, 2015)
En este punto, la puesta en atención sobre la organicidad es fundamental, en cuanto verificamos fácilmente el interés de las grandes compañías por generar aparatos que faciliten estas extensiones y proyecciones de uno mismo hacia la red del modo más cercano y orgánico posible, cuestión que vemos desde la presteza de las pantallas touch (táctiles), el reconocimiento de voz o huella dactilar, las aplicaciones que miden los períodos menstruales y de fertilidad hasta el conteo de calorías ingeridas/gastadas, etc.
A su vez, la sensación de inmediatez antes rescatada es justamente promovida por el hecho de que el celular opere como una prótesis proyectiva, directamente cercana al cuerpo y activable por él y sus microgestos. Es desde la corporalidad y su materialidad que nos virtualizamos en imagen y dato y recibimos simultáneamente inputs sexuales y afectivos. El cuerpo, hoy virtualizado, se relaciona con el mundo del sentido “en su triple connotación: sensorial, afectivo y comunicacional” (Figueroa, 2017, p.18) en una dinámica de reversibilidad: la piel y el tacto como interfaces orgánicas, son polos de externalización y recepción de estímulos, trazas digitales que se transmiten al otro y son incorporadas físicamente de modos inéditos a través del teléfono móvil. Resaltamos, en ello, el carácter fuertemente corpóreo de la comunicación digital sexual y afectiva: el zumbido en el celular se traduce en las mariposas que sentimos en el estómago, el globito rojo de notificación despierta en nosotros una descarga de adrenalina, el palpitar en el corazón y en el sexo.
Ahora, es importante recordar que la neoprotesización proyectiva (Radrigán, 2015) siempre opera en una relación de ida y vuelta: el cuerpo es modificado por el aparato, pero este mismo también se rediseña en función al vínculo con nuestra organicidad (las pantallas táctiles, el tamaño de los dispositivos y sus interfaces son ajustadas cada vez más en función de su organicidad). Lo interesante de esto, podríamos decir, es la resultante de esta dinámica que, para efectos del tema que nos interesa, sería una reconfiguración de los universos afectivos y sexuales: el celular y las apps, como tecnologías sexoafectivas, propician una relación nueva con los potenciales pretendientes, las citas y las relaciones. El sexo y los afectos pueden emanar ahora desde el centro de un objeto físico con el que nos relacionamos desde la palma de la mano y que se abre, desde su misma concreción, a universos posibles tan amplios que pudieran parecernos infinitos. El contacto con el otro es primeramente a través de una pantalla que nos muestra imágenes y textualidades, nuestra forma de conocer a una persona es a través de un chat, la textura de su piel es la liquidez del touch, su olor el aroma de nuestra oficina o de lo que estemos cocinando en ese momento, el sonido de su voz, vuelto silencio en la emergencia de letritas que se despliegan frente a nuestros ojos. Atestiguamos, así, un cambio en la percepción y en nuestros comportamientos al conocer a alguien en línea.
Otro tema que me interesa en este contexto son las nuevas textualidades que emergen en las apps. Como sabemos, la web 3.0 está fuertemente centrada en la imagen. En esta línea, se podría postular una suerte de retroceso de la escritura como práctica comunicativa en cibercultura, aspecto que conllevaría el deterioro de una serie de procesos como la capacidad de expresión y análisis. 1No queremos decir, con esto, que la escritura esté desapareciendo o que vaya a dejar de existir en internet (sin ir más lejos, la web 3.0 y los buscadores requieren directamente del lenguaje textual como base de su funcionamiento y las propias redes sociales, bien acompañan las imágenes con descripciones o comentarios y hashtags), sin embargo, la elaboración discursiva va en detrimento de la inmediatez comunicativa (Ayala, 2014) Concretamente, las redes sociales actuales, si bien permiten despliegues textuales de mayor longitud en algunos de sus espacios (chats, notas, etc.) no se caracterizan precisamente por promover el desarrollo de una escritura compleja y/o elaborada. Tampoco es posible afirmar que, aunque hagamos un alto uso de estas ventanas, realmente estemos produciendo y comprendiendo óptimamente el texto (Ayala, 2014). Del mismo modo, los celulares tampoco poseen teclas cómodas para el porte de los dedos, y la luz, el scrolling y el propio tamaño de los dispositivos no son aptos para lecturas largas.
Con todo, este proceso trae consigo la emergencia de nuevas textualidades que es preciso atender: las abreviaturas o los emoticones, por ejemplo, claramente permiten hablar del desarrollo de nuevas habilidades cognitivas pero, también, afectivas. Por otro lado, en su variabilidad, estas expresiones también permiten sintetizar gestualidades, expresiones e incluso emociones, 2Al respecto es interesante el desarrollo de los Animojis, modalidad de IPhone que permite integrar las propias expresiones faciales a un emoticón que se “anima” con las mismas a partir de un registro en cámara aspecto que claramente denota una complejidad inédita que contrasta con la rapidez y facilidad de su comunicabilidad.
En este punto, quisiéramos detenernos en el espacio del chat, que permite, tanto al interior de las propias dating apps como en otras aplicaciones o redes sociales, el despliegue de vínculos de mayor intimidad. Una de las características notables del chat en el marco cibercultural, es el retorno al texto como medio primordial de comunicación. No hablamos aquí de una escritura necesariamente desplegada o elaborada en un sentido tradicional, sino muchas veces de un texto directo, que apela explícitamente a los sentimientos o al sexo y que se integra de formas amplias con otros mecanismos visuales o audiovisuales (como las abreviaciones, los emoticones, stickers, memes, etc. que antes explicamos).
Respecto a la sexualidad, el chat, aparte de ser una vía para eventualmente agendar un encuentro físico, es en sí mismo un espacio para tener relaciones sexuales en línea mediante videocámaras u otros dispositivos o, volviendo al texto, efectuarlo mediante sexting. Este término (“sex-ting”: “sex”=sexo, “texting”=envío de mensajes de texto) hace referencia a las relaciones sexuales que se mantienen textualmente a través del celular, a lo que se le suma usualmente fotografías, audios y/o videos de alto contenido explícito tomados (en general) por los implicados en la conversación.
Esta práctica, de larga data en la tecnosexualidad, ha sido re-activada por los usuarios en pandemia a través de la especificidad del teléfono móvil como neo-prótesis proyectiva. En este sentido, podemos analizarla bajo la luz de lo propuesto por Stiegler, en cuando modo de producción específico de escritura, memoria y experiencia digital que no se ha dado en otro contexto, y donde se verifican muy concretamente cambios corporales, practica sexual, modulación del placer, registro de la experiencia, forma de escritura y comunicación.
Así, y en el marco de la neo-protesización proyectiva, inevitablemente debemos empezar a ampliar nuestra consideración de la tecnosexualidad como una actividad que no debe contraponerse ni enfrentarse a prácticas corporales encarnadas y compartidas en presente. De hecho, es una invitación a complejizar la presencia como variable crucial del sexo así como lo concebimos actualmente, atendiendo a que esta noción debe actualizarse hoy, en el contexto hipermediado de la cibercultura, a un plano de experiencia en vivo, donde lo que predomina es la consciencia y la conexión (Flusser, 1998) con la propia corporalidad y la de un(os) otro(s) en un tiempo (más que necesariamente en un lugar) compartido.
Además, no debemos olvidar que el sexting involucra directa y físicamente a los cuerpos, en la medida en que se realiza usualmente al mismo tiempo que una masturbación, acción que obliga a los implicados a desarrollar habilidades que vinculen su corporalidad con el celular de diversos modos; teclear sólo con una mano, deteniendo el auto placer para escribir, enviar audios, o bien dejar el celular a un lado en ciertos momentos del autoplacer, lo cual implica temporalidades, detenciones y aceleraciones específicas así como la emergencia de lo que podríamos llamar una “escritura masturbatoria”.
Otro aspecto en el que queremos reparar, es en la función que tiene el texto en el sexting: como señalamos anteriormente, en la web 3.0 suele primar la imagen por sobre espacios de desarrollo escritural, sin embargo, esta práctica sería evidentemente una excepción casi total a esta máxima, puesto que el desarrollo sexual se daría principalmente mediante una redacción en vivo. El tipo de texto implícito aquí puede tener diversas características, primando una lectura explícita sobre los deseos, las sensaciones corporales y la descripción gráfica del proceso completo y progresivo de la excitación, con detenimiento en las zonas erógenas y/o en los genitales.
Esta textualidad permite el despliegue erótico y de la fantasía de los implicados, generándose una suerte de “afinidad narrativa”, aspecto que, en combinación con prácticas sexuales, puede resultar en un estimulante erótico. Con todo, y desde la crítica tecnofóbica, ello podría derivar en una incapacidad de vincularse sexualmente desde la piel. Sin embargo, no quisiéramos acá seguir pensando las nuevas dinámicas sexoafectivas en modalidad de oposición o como alternativas a las relaciones tradicionales cuerpo a cuerpo. Nos interesa más bien atender a los emergentes cambios perceptivos y experimentales en la sexualidad y los afectos, revisándolos como posibilidades de apertura o actualización. Tomando la propuesta de Guattari (2006), quizás pensar las nuevas tecnologías como “sistemas de intensidad”.
Las formas de diálogo y de masturbación en línea, o en general, las intimidades que en las apps emergen, nos están abriendo a formas de sexualidad donde el cuerpo del otro (a distancia) se vuelve un activador energético de efectos en mi propio cuerpo. Y tal vez, en términos afectivos, estemos asistiendo al despliegue de contagios amorosos múltiples que nos movilizan en redes de afectos. Ahora, sería importante detenerse en el carácter justamente móvil de estas redes: el viaje eterno del swipe, los innumerables chats e incluso las citas (on u offline) son flujos, cuyas detenciones, incluso en el caso de que sean intensas, operan como pivotes, saltos hacia nuevos nodos, reuniones virtuales de individualidades siempre en busca de su propio placer.
Con todo, es importante recordar que, en el contexto de un capitalismo afectivo y sexual, nuestros deseos y emociones son limitados “a aquello que conviene a una cierta funcionalidad del sistema” estando inscritos en los “agenciamientos de producción de subjetividad, hoy” (Guattari, 2006, p.321). Por tanto, sería conveniente pensar hasta qué punto las experimentaciones tecnosexuales y tecnoafectivas contemporáneas, como espacios de apertura al placer, permitan dinámicas de fuga.
En ese sentido el sexting es una práctica interesante por su condición intersticial a propósito de las propias apps: se puede dar “dentro” de ellas en su chat o a través de otras interfaces, pero en la práctica también obedece a otras reglas que las de las dating apps propiamente tales. Si bien las aplicaciones móviles de citas, como softwares de la seducción, se consideran diagramadoras del deseo y portales de conexión con targets algorítmicamente “matcheados”, lo que sucede en concreto en la relación sextuada opera con otras lógicas. Es en la performatividad del momento así como en la afinidad narrativa que se genera con el otro y en la estimulación muy directa del placer personal, donde se despliega una suerte de “originalidad” o “particularidad” de la experiencia que, quizás a un punto, nos permita escapar de la proletarización inconsciente de las tecnoindustrias globales.
Bibliografía
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Guattari, F & Rolnik, S. (2006). Micropolítica. Cartografías del deseo. Traficantes de sueños. Madrid: Traficantes.
McLuhan, M. y Powers, B. (2002). La aldea global. Barcelona: Gedisa.
Michell, J. 2006, Las nuevas armas de la razón crítica. Texto presentado en el evento Transferencias, sobre arte y tecnología, Santiago de Chile. Disponible en: http://rcci.net/globalizacion/2007/fg656.htm
Radrigán, V. (2015) Tecnomorfosis : desbordes e hibridaciones entre el cuerpo y la tecnología : cyborgización y virtualización como claves de la transformación corporal contemporánea. 3Tesis para optar al grado de Doctor en filosofía con mención en estética y teoría del arte, Universidad de Chile Repositorio Universidad de Chile. http://repositorio.uchile.cl/handle/2250/136759
Stiegler, B. (2002) La Técnica y el Tiempo, Tomos 1 y 2. Hondarribia: Hiru.
Stiegler, B. (2014) Symbolic Mysery, Tomos 1 y 2, Cambridge: Polity.
Radrigán, V. (2021). Tecnosexualidad y organología, laFuga, 25. [Fecha de consulta: 2024-10-10] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/tecnosexualidad-y-organologia/1052