Alejandro, protagonista de Carne de perro, bien podría formar parte de La vida de los hombres infames de Michel Foucault o de La historia universal de la infamia de Jorge Luis Borges. Es un personaje oscuro, pensando en Foucault, un sujeto que no está destinado a ningún tipo de gloria, que se erige desde una vida animada por la violencia, la maldad, la villanía, la bajeza. Un pasado de agente torturador de la dictadura de Pinochet que lo quema. Él representa la infamia en sí.
El infame se traslada en micro hacia un taller para buscar su taxi. Ser taxista es lo único que puede hacer un hombre solitario como él con su historial siniestro. Silencios, tiempos muertos y la insistencia del primer plano que lo sigue de cerca, por delante y por detrás, lo acosan. Su respiración en primer plano es constante y reacciona ante ese acecho. Su presencia es insoslayable, su estela maldita queda expuesta y escenificada frente al espectador.
Alejandro carga con su soledad y su pasado. Asiste a una reunión de ex uniformados, que se juntan en busca de reivindicaciones civiles. No tiene lazos donde sostener su presente, ni siquiera sus ex compañeros, lo que exacerba su condición de paria. Busca un doctor, al que llega por su cuenta. Este lo deriva a una interconsulta sicológica por un trastorno de angustia y ansiedad. Alejandro se niega al diagnóstico, no asume su condición.
Un elemento iterativo relevante en la película es el agua. En general, calma el cuerpo de Alejandro, el peso de su pasado, quizá la culpa, que lo queman. Así, sea bajo la ducha o en el lavamanos, en la piscina o bajo la lluvia, el agua intenta aliviar el calor que desprende su cuerpo y su memoria. La repetición y acumulación del agua es constante. En una escena ve televisión, se desabrocha la camisa, está ahogado, toma agua. Luego se moja la cabeza. Más tarde, va a ver a Laura. Él quiere ver a su hija, Ana. Laura se lo niega y él se enoja, golpea casilleros y bebe agua para calmar su ira. A la vez, la escena en la playa da para un análisis aparte, en tanto vínculo entre el mar y el arrojo de cuerpos durante la Dictadura y la resemantización que da el director Fernando Guzzoni.
Si el agua lo calma y alivia, el fuego y el calor también ocupan un lugar central en Carne de perro. El agua hirviendo que lanza sobre su perro, su único compañero, o el momento en que quema la grabación de su hija y una foto de esta. Quema su propia memoria. La infamia, sostenemos, quema al sujeto, al torturador. La infamia de su labor como brazo articulado de la Dictadura lo acecha, no lo deja en paz.
La representación del torturador, con aparición mediática y televisiva tardía en Los 80 y Los archivos del Cardenal, encuentra eco previo en Ramírez Hoffmann/Carlos Wieder de las novelas de Roberto Bolaño (eso sí, sin los matices ni el espesor de la construcción que hace el novelista). La película de Guzzoni intenta destacar el tormento que acosa a Alejandro, tormento menor del provocado por él en los años de la Dictadura. Guzzoni apuesta por concentrar todo el peso dramático de la película en el presente del torturador. Segmentación y acotación precisa de la realidad, a pesar de que hubiese sido pertinente desarrollar y dar más minutos al vínculo con Laura. Sin embargo, la soledad de Alejandro se sostiene, funciona, sienta sus bases en su propia infamia. El espectador no experimenta una cercanía emocional con él, por lo que, acierto mediante del guión, la figura del torturador no es blanqueada. De algún modo, asistimos y presenciamos con morbo el momento en que el sujeto infame se consume, en tanto residuo y ceniza de un fuego que lo quema.
Valenzuela, L. (2013). Carne de perro, laFuga, 15. [Fecha de consulta: 2024-12-13] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/carne-de-perro/615