El libro Escenas perdidas. Una historia del Departamento de Cine y Televisión de la Central Única de Trabajadores, CUT (1970-1973), de Felipe Montalva aborda uno de los episodios más interesantes, aunque poco recordados en la historia de nuestro cine. Y como suele ocurrir con trabajos de estas características, en general, tendemos a concentrarnos en los contenidos, en la historia que hay detrás mientras que los aspectos formales pasan desapercibidos. Los comentarios en presentaciones y eventos en torno al libro han estado marcados por la reivindicación de la memoria en torno a la Unidad Popular, a las organizaciones de trabajadores y, por supuesto, a la brutal represión contra el mundo cultural emprendida por la dictadura. Así ocurrió en una de las presentaciones del libro que tuvo lugar en el Museo de la Memoria en diciembre de 2022. A los pocos minutos de comenzado el evento, la conversación entre el público asistente y quienes presentábamos se concentró en la represión, la desmemoria y la valoración a la Unidad Popular, aunque poco se dijo sobre lo que trataba el libro y la manera en que el autor plasmó su mirada en el escrito.
Es por eso que, junto con valorar el tema que el autor decidió abordar, me gustaría subrayar también el modo en que este trabajo nos presenta esas ideas. Hablar del libro mismo, cómo está escrito, su estructura y en qué medida estos elementos configuran un modo particular de proponernos esta reflexión sobre el pasado y el presente de nuestro cine.
El libro de Felipe Montalva destaca por desarrollar una investigación en profundidad que se despliega por diferentes frentes. Hay un trabajo de revisión bibliográfica, de materiales de prensa, un número importante de entrevistas con las personas protagonistas de este proceso, pero también el autor visita lugares clave para la historia como la fábrica Textil Progreso o la antigua sede de la CUT, hoy paradójicamente en manos de la Fuerza Aérea de Chile. Asimismo, Montalva ha sido el principal impulsor del rescate de la, hasta ahora, única película sobreviviente del Departamento de Cine y Televisión de la CUT, como es Un verano feliz (Alejandro Segovia, 1972).
La escritura que nos propone Escenas perdidas excede con creces el mero relato de una historia con sus principales hitos y testimonios, y se articula como un texto escrito en escenas. En cada una de ellas ocurre algo, un encuentro y se habla de un tema. Al mismo tiempo, el autor inserta conversaciones y notas personales que funcionan como comentarios y reflexiones sobre la historia que estamos leyendo, en un gesto que recuerda de inmediato los postulados del dramaturgo alemán Bertolt Brecht. Porque no conforme con contarnos una historia de este inédito Departamento de Cine y TV de la CUT, Montalva entrelaza un relato de cómo se llevó a cabo esa investigación dejando al descubierto, tal como propone Brecht, los artificios que hacen posible esta puesta en escena.
Así, nos vamos encontrando con correos electrónicos que el autor recibió y leemos algunas de las conversaciones que sostuvo. Vemos también las inquietudes, las dudas del proceso de investigación y aquellas interrogantes que quedan sin responder. Una mención especial merece también el uso de las fotografías que, lejos de solamente ilustrar o decorar, son articuladas en el relato y nos entregan un valioso testimonio de la historia, así como del proceso para lograr escribirla.
La escritura del libro es fresca y motivante. Hay una mirada reflexiva y crítica que plantea preguntas sin renunciar a una lectura amena y entretenida. Es un relato honesto ante las dificultades y vacíos. Como en toda investigación, no siempre las cosas resultan, no siempre encontramos todas las respuestas que quisiéramos y, en lugar de obviar esas supuestas carencias, el autor las pone sobre la mesa reconociendo los límites del trabajo y entendiendo también que la reconstrucción de una historia como ésta, a casi 50 años de los hechos y dadas las circunstancias vividas en el país como telón de fondo va a estar inevitablemente cruzada por ciertas dificultades.
El trabajo dialoga con investigaciones anteriores que de algún modo marcan el camino en el que este texto se inscribe. Destaca, por ejemplo, Señales contra el olvido, cine chileno recobrado (Cuarto Propio, 2012) de Isabel Mardones y Mónica Villarroel o El espejo quebrado, memorias del cine de Allende y la Unidad Popular (Uqbar, 2011) de Alfredo Barría, con quien Montalva también sostiene algunas interesantes conversaciones que son incluidas como pequeños insertos a lo largo del libro.
En cuanto al contenido del trabajo destaca la manera en que Montalva logra inscribir al Departamento de Cine y TV de la CUT como parte del proceso histórico y cultural de la Unidad Popular. Podría haber sido un relato mucho más aislado, más específico, pero su autor logra mostrarnos con una investigación detallada los orígenes de la iniciativa y cómo ésta hace parte intrínseca del proceso.
Es un texto que se detiene a reflexionar en lo político, en las discusiones que se daban en ese momento y también en las contradicciones. Hay algunas tensiones entre lo político y lo artístico en los testimonios y en las visiones del trabajo. Estos puntos nos permiten entender las divergencias y las complejidades de un proceso que está cuestionando muchos de los supuestos en la vida artística pero también en la vida política que eran dos aspectos inseparables en aquellos años.
Felipe Montalva subraya que este Departamento surge desde una organización sindical y no como una iniciativa académica o estatal (p.16) y esto marca un lugar de enunciación que lo distingue de los principales espacios de producción fílmica del periodo como el Centro Experimental de Cine de la Universidad de Chile, Chile Films y otras organizaciones. No obstante, esta distinción no implicó un trabajo de manera aislada. Como bien documenta el autor, en torno al Departamento confluyeron personas provenientes de distintos espacios y con experiencias diversas. Destaca el nombre de Luis Cornejo, que dirigió uno de los cortometrajes realizados por el Departamento, o Diego Bonacina, uno de los camarógrafos más relevantes de aquellos años.
A lo largo del libro, se exponen las principales áreas de acción que tuvo el Departamento. Vemos que en sus comienzos se concentró en la realización de cortos documentales, en su mayoría abocados a la contingencia o el mencionado documental con elementos de ficción que fue Un verano feliz. Destacan también las iniciativas de exhibición del Departamento, con la realización de muestras en poblaciones y zonas rurales. Montalva las observa como “una expresión de cine militante” que lleva el cine “donde las papas queman” donde éste “puede ser útil” (p.94).
Llama la atención también que existió un programa de televisión de la CUT en el cual se informaba brevemente sobre la contingencia, se entregaban avisos y noticias dirigidas a la clase trabajadora. Esta iniciativa destaca por la claridad respecto a disputar los espacios de comunicación en un contexto en que los grandes medios estaban en manos de la oposición y eran utilizados abiertamente para boicotear el proceso de transformaciones que vivía el país.
La principal incursión en la ficción por parte del Departamento ocurrió con La maldición de la palabra, cuyo origen estuvo en el llamado Teatro Nuevo Popular. Aquí destaca el trabajo de Montalva para comprender el diálogo entre estos teatristas y el Departamento. El relato dedica una sección al trabajo teatral desarrollado al alero de la CUT y a las discusiones que promovían esos teatristas. En ellas, cuestionaban lo que para ellos era un arte burgués dominante destinado al entretenimiento de las clases acomodadas. Y es desde esa experiencia teatral que surge la idea de adaptar La maldición de la palabra al cine.
En suma, celebro la publicación de este libro que nos ofrece una nutrida historia del Departamento de Cine y TV de la CUT. Esta fue una iniciativa interesantísima que, pese a su corta vida, tuvo algunos hitos importantes y constituyó sobre todo un cuestionamiento a los modos en que se hacía el cine en aquellos años y a la posibilidad de proponer otros caminos. Tal como señala uno de los entrevistados, fue un cine hecho con la clase trabajadora como protagonista y destinataria (p.165). Esos eran algunos de los debates de nuestra sociedad hace cincuenta años y son parte de lo que nos trae al presente este fascinante trabajo. Celebro también la propuesta de escritura creativa en Escenas perdidas. Es un gran contraste con cierta escritura académica homogeneizada que descuida la forma en favor del contenido. Aquí se nos ofrece una alternativa que junto con el rigor de la investigación se atreve a explorar otras posibilidades narrativas.
Farías, M. (2023). Escenas perdidas, laFuga, 27. [Fecha de consulta: 2024-10-15] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/escenas-perdidas/1159