En El castigo, el realizador chileno Matías Bize mantiene su inclinación como director a explorar vínculos amorosos en circunstancias singulares, acercándose íntimamente a las dinámicas de pareja y calando en emociones que pueden ser tan profundas como contradictorias. Estos tópicos son visibles en películas tales como En la cama (2005), La vida de los peces (2010) o La memoria del agua (2005). Lo que sobresale en esta película es una aproximación más verosímil y minimalista de lo que habitúa, alcanzando una sencillez penetrante con recursos acotados: filmando en plano continuo, en una sola locación, con pocos actores y enfatizando en una expresión totalmente diegética.
La narración arranca in media res, con una pareja de cuarenta y tantos (Ana y Mateo, interpretados por Antonia Zegers y Néstor Cantillana) viajando en una carretera solitaria del sur de Chile. La tensión entre ambos es evidente y no tarda en brotar el motivo: tras el mal comportamiento de su hijo de siete años, la madre decidió dejarlo en el camino junto al bosque y avanzó un tanto para asustarlo. El padre no estuvo de acuerdo y la hizo regresar. El niño ya no estaba. Este suceso es el comienzo de una importante revelación familiar, cuyo centro está en un tema comúnmente opacado: el rechazo a ser madre, y con ello la frustración de una vida no realizada y repleta de anhelos falsos.
Durante los 85 minutos de filme la cámara sigue con determinación y pulso —permitiendo detenciones y silencios naturalmente graduados—, la evolución en tiempo real del estado emocional de los padres en plan de búsqueda: primero desde sus propios medios y estrategias retóricas, pensando que el esconderse puede ser simplemente una especie juego vengativo del niño; y luego con la ayuda de una oficial de Carabineros (Catalina Saavedra) y su acompañante, detonando el hecho en un peligro real. Resulta interesante el modo en que la película recorre un espacio narrativo reducido sin repetir encuadres, mostrando a una Ana ansiosa, fumando un cigarro afuera de su auto e inventando excusas a su madre por teléfono acerca de la tardanza de su llegada; para luego perseguir el deambular desesperado de Mateo en medio del bosque, hiriéndose casualmente con las ramas mientras grita el nombre de su hijo. El desplazamiento de cámara ocurre con una fluidez capaz de mantener la atención intacta.
En la medida en que empieza a caer la noche, el frío y la posible presencia de pumas —haciendo del bosque amenazante un personaje más y convirtiendo la tarea de encontrar al niño en un desafío en aumento—, el espectador tiene la posibilidad de encarnar la misma intriga y angustia exponencial de los padres, inquietos ante la espera del refuerzo policial. Se apela ahí a cierta actitud de empatía, pues la perspectiva subjetiva que desarrolla el dispositivo fílmico no permite conocer más información que la que manejan los protagonistas y, a partir de sus reveladores diálogos y monólogos, una toma de posición respecto al acontecer comienza a ser inevitable.
Ahí radica una de las audacias de El castigo: el guión de la española Coral Cruz nos introduce en un lugar que trasciende el conflicto principal y que involucra —mediante conversaciones naturales, con una continuidad similar a la del formato teatral— el sincero cuestionamiento de dos padres acerca de su desempeño como tales. Las perspectivas que encarnan Ana y Mateo son identificables en una estructura familiar obstinadamente convencional y son legítimas en sus propias lógicas: el padre trabaja, sustenta económicamente y comparte con su hijo los fines de semana, llevándolo al cine o al estadio; la madre abandona sus responsabilidades y sacrifica sus intereses en pos de tiempo y entrega total, llevándose las partes más difíciles de la crianza.
El papel de Zegers manifiesta de forma punzante las consecuencias personales que la segunda perspectiva ha conllevado en su caso en particular, y ello abre un importante espacio de reflexión en los últimos minutos, con el potencial de permanecer en la cabeza del espectador incluso terminada la película. ¿Puede la maternidad no siempre ser una experiencia plena? ¿Es la maternidad realmente una elección para las mujeres o es una decisión personal, pero social y estructuralmente asumida? ¿Está bien ser mujer y no querer ser madre, rechazando los esfuerzos y renuncias individuales que esta tarea de vida exige?
Plantear estas dudas convierte la película en una propuesta osada y que, sin duda, puede resultar controversial para muchos. “Hay una parte de mí que preferiría no encontrarlo nunca (…). Desde que nació Lucas yo no logro ser feliz. Debes pensar que soy un monstruo, pero yo soy una buena mamá. Toda mi vida gira en torno a mi hijo, yo me levanto y me acuesto pensando en él”. El castigo al que nos aproxima Bize parece ir más allá del que acontece al comienzo de la historia, y las palabras inusitadas de Ana hacia Mateo lo hacen, a modo liberador, irrevocablemente visible.
Ide, C. (2023). El castigo, laFuga, 27. [Fecha de consulta: 2024-10-15] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/el-castigo/1168